Revista Poligrafías N°1 | Page 14

Crónica  DE UNA NIÑA MAESTRA Uno llega a la escuela- entendida como ese espacio en el que se alberga a cientos y cientos de personas, niños y jóvenes- a enseñar, instruir y formar. Uno en la mayoría de casos, se arma de teorías pedagógicas, sociales y educativas, y se acerca a otras disciplinas: filosóficas, psicológicas y médicas, y cuando supone la magistral aplicación de todo este armamento, se siente uno al filo de la inmensidad humana, en la más clara impotencia y en el más absurdo silencio del hombre. Esto no, es más, que la clara idea de no tener idea de cómo llegar a las fibras de los seres humanos. La escuela se vuelve un escenario donde el ruido, las acciones, los gestos, los juegos, las conversaciones y los silencios, son las pinceladas de un mundo intangible, desconocido, en el que uno se encuentra con el del otro. Miradas perdidas, inquietantes y vivas, otras casi muertas, pasos por inercia, otros vitales, unos sin rumbo… y ¿el propósito? Recibir algo que no han pedido, pero necesario para el movimiento de la vida, más aun, para sobrevivir a ella. Se tornan entonces fichas de un ajedrez, madera por pulir, tela por pintar, y en este laborioso trabajo el maestro puede fallar. Como bien escuchamos desde diferentes discursos la escuela es la encargada de: La formación de los futuros ciudadanos, la educación construye los pilares de la sociedad, en nuestras manos está el futuro  de Colombia. Brillante. Uno termina preguntándose si en nuestra realidad uno se educa ¿para formarse y ser seres humanos integrales? o ¿para sobrevivir? Es difícil el momento en que uno se encuentra con la “realidad “y con mi propia realidad. Es decir, hacemos de nuestras vivencias, realidades y, más que esto, significaciones de lo que es el mundo, la sociedad, la escuela. 12