En algún momento habría que ordenar y lavar. Se pospondría lo máximo posible, pero no se
podría obviar. Y llegado el súmmum de la tarde la fetidez infantil debía ser reducida. Entonces
ella preparaba el baño, sabiendo de antemano lo que iba a pasar: el agua estaba caliente, no
fría, no caliente, ponele más fría ma, entra en la bañera, no no, está fría. ¡Metete carajo! Y la
ducha sería ese forcejeo por los próximos veinte minutos o más. Lloraría porque el agua entro
en los ojos, y ella echaría más y más agua. La tez de Joaquín se ponía cada vez más roja y ella
ahogaba las ganas de cruzarle la cara de una cachetada, a las que en el 60% de los casos
sucumbía, y el griterío seguía y seguía, mientras ella refregaba la mugre en cada pliegue, con
fuerza, con convicción: la suciedad era su enemigo ahora, el sudor su vergüenza y las lágrimas
del niño sólo eran un daño colateral. ¿Lo eran?
Al atardecer vendría el pan y su productor. Que se dirigiría mudo hacia la habitación o a
bañarse y que por los próximos 90 minutos no sería visto, hasta que se dignara a honrar la
mesa, amablemente preparada y servida.
-¡Qué rico ma! – Joaco, escupiendo pedacitos microscópicos de carne
-‘Ta bueno negra, o era el hambre – diría el primate aún en proceso de digerir la putrefacción
de otro animal como él. Que quizá también hubiera vivido sólo para dirigirse en carrera inerte
hacia el momento del matadero. Pero mientras el destino del bovino siempre fue llenar un
mediocre plato de bife a la criolla, el del hombre aún era un pendular hacia la nada, a llenar
los bolsillos de alguien más, derramando su sangre de amargura sólo en el leño del dulce
hogar. Joaquín comería solo mientras ella miraba al culo de turno en la tele, la salsa correría
como un hilo a través de sus comisuras, y sobras heladas de cena colgarían sobre su cara de
Lucifer. Con espanto, ella adivinó llamaradas de odio en los ojos calcados de sus hombres, al
mirar su reflejo en ellos. Desde la cabecera de la mesa el jefe de familia repartiría con justicia
la trincha de francés, que dejó un rastro de migas en su ya notable barriga y como si
descansara en él la autoridad indiscutida, subió el volumen de la caja boba hasta que se volvió
atronador:
“Según la revista Forbes, la ex vedette argentina vuelta estrella
porno Deborah Pratta, recaudó cerca de 10 millones de dólares,
con las últimas incursiones en el cine para adultos…”
— ¡Diez millones entregando el orto! ¡Qué suerte! Me gustaría ser
el marido de semejante yegua, no tendría que laburar y mi jermu
andaría siempre contenta….
El bolo de carne, huevo y salsa se volvió piedra en la garganta de la
mujer, el niño y el adulto reían cómplices de los payasos de colores
de las propagandas. Ella levantó los platos dándoles la espalda, para
que no la vieran morderse los labios y sollozar.
Él la abrazó por detrás “Te amo”, el pequeño le envolvió las piernas
en consonante abrazo, “Te amo maaaa”. La piedra pujaba por salir.
Ella se desunió del abrazo muralla, y sollozó con un hilo de voz
“Creo que todos tenemos que dormir temprano hoy”. Al verlos
alejarse se arrastró al baño a vomitar el asco y la culpa. El colchón
espera una vez más.