Esta vez la crisis ha sido silenciosa, no hubo grandes estallidos ni tampoco voló
nada por los aires como en los viejos tiempos, se ha tratado de una lenta implosión
que terminó por convertir en polvo todo aquello que nos permitía sostenernos,
mientras hacíamos equilibrio al borde del precipicio. Porque nunca estuvimos
demasiado lejos de ningún abismo. Lo trágico y sus voluntades siempre estuvo ahí.
Pronto será verano y nos invadirán las postales de las playas, de los culos, las
imágenes de los bellos hombres que discuten de economía con el mar de fondo, y
una sensación de pérdida definitiva nos recorrerá. Papá llegará, como siempre,
puntual del trabajo, saludará a mamá que a esa hora se ha puesto linda y lo espera
con la cena servida, encenderá la televisión un instante, le preguntará a sus hijos
como les fue en la escuela y se irá a dormir, con el mismo gesto de derrota de todos
los días. Mamá lo abrazará con la estúpida esperanza de recuperar aquellos breves
momentos donde un fuego crepitante les recorría la piel, y él con indiferencia le
retirara la mano, harto de compartir la cama con ese cuerpo regordete, repleto de
estrías, tan ajeno a los cuerpos esplendorosos que la televisión muestra a toda hora.
Vos que estás estudiando, sola, lejos de tus padres que últimamente han envejecido
tanto, que salís todos los sábados al mismo bar y te juntás con gente que parece no
importarle nada y es tan divertida, subirás al coche de ese tipo que durante toda la
noche te remarcó que era el hijo del dueño de… y lo besarás mientras avanzan por
una carretera vacía con luces insomnes y pensarás en un momento que todo esto
no tiene ningún sentido y le enviarás un mensaje a tu amiga que esta noche duerme
con su primo y se tocan, se babosean, se emborrachan, porque ellos mucho tiempo
antes se han dado cuenta que todas las esperanzas han sido cercenadas, y le dirás
que buscás algo que te arranque de esta vida.
Vos, joven profesional, fingirás que está todo bien, que todo va viento en popa, y esa
chica que has convertido en tu esposa hace unos meses te preguntará si ese
vestido le queda bien, que anoche soñó que viajaban al Mediterráneo y tendrás
ganas de golpearle la cabeza contra la pared, porque acaban de decirte en tu
trabajo que pronto habrá una reducción de personal y que vos estás en la lista. Más
allá, del otro lado de la ventana, nosotros los parias, los que la cultura no quiso ni la
economía necesitó observaremos todo con un gesto de espanto, ya no nos
obnubilaran los espejismos de una vida reposada ni las promesas de los que se
desgañitan hablando de un futuro esplendoroso, al fin habremos aceptamos la
derrota y nos confundiremos en las calles entre orgías de hambre y muerte que se
celebran apenas se apagan las luces, con el único consuelo de un sorbo de vino
barato caliente, sin otra familia que unos cuantos solitarios vagabundos capaces de
compartir hasta su cuerpo por nada.
Vendrán días en que observaremos con un gesto de incredulidad las imágenes de
un país que habrá tocado fondo definitivamente y mientras la televisión emite
imágenes de saqueos, de protestas, de policías reprimiendo, abrazaremos un
cuerpo que a esta altura ya ha se ha vuelto rutinario e intentaremos penetrar en él
con el mismo gesto de fastidio y comprenderemos la inutilidad de todo esto a lo que
nos aferramos, sabremos al fin que todo lo que nos puede iluminar es apenas la
devastadora ambivalencia de unas vidas determinadas por el desenfreno y la
incertidumbre.