Revista Perniciosa 2 | Page 26

¡Oh manoseados sentimientos! Alberto Girri Qué no se culpe a nadie del derrumbamiento del hombre, toda entrega es estéril cuando estás arrodillada, atragantada con una gran verga rozándote las amígdalas, una pija de esas rosadas y jugosas que no podés parar de chupar y chupar, y ahí no más a unos pocos centímetros de tu cara de virgen puta, las pelotas más fabulosas que podés a ver visto, y vos ahí recordando lo que te dijo él, que la chupés como si fuera un helado y mientras te la metés, jugueteás con la lengua, no sé porque te ponés a pensar en una mancha ocre que se extiende a través de la pared, en lo monstruoso que resulta estar en este mundo entregada al cariño de un hombre que tarde o temprano te abandonará, saldrá huyendo y serás un nombre más, un nombre que los domingos cuando le sobrevenga una tristeza antigua recordará y tal vez, motivado por un arrebato de nostalgia te llame, te pregunte cómo estás, y vos qué casi me había olvidado de él, recordarás esta tarde de domingo en que te tenés su pija en tu boca, mientras se oye el repiquetear de las campanas de la iglesia y hace un rato que mamá no deja de llamar, y no sé incitada porque clase de culpa pensás en lo qué diría mamá si te viera así desnuda chupándosela desaforadamente a un tipo que nunca va entender de lo que va adelante y de lo que sigue atrás, de lo que dura y de lo que cae, entonces te desahogás, sin dejar de mamar y mamar, abandonada quedás del fuerte escupitajo, del suave éxtasis lácteo, y quieta, de espaldas, con la boca llena de leche, pensás en este mismo escenario, varios años antes, donde hasta avanzado la noche otros enamorados se buscaban, se estrechaban en lo idílico, con sus gustos crepusculares, con su titilante rococó, y porque no pensar en las baudelaireanas correspondencias, en la muerte que al final de todo soltaba sus locas jaurías. Qué en invierno la lluvia cae dulce sobre las ventanas, y yo que sigo tendida, todavía con ese gusto acre en la boca, mientras él procede a vestirse sin mirarme, sin regalarme una mirada que me diga, estuviste bien, chupaste muy bien la pija, que al menos me reprenda, que me diga hay mujeres que lo hace mejor; pero no, sólo puede darme su silencio, estar agradecida de su mutismo, y entonces mientras miro con resignación mis pechos todavía temblorosos, pienso que de la intimidad que hoy nos asusta sale un monstruo, una bestia que ama la espléndida nostalgia, el ejercicio callado del ocaso, cuando al fin es F