Algunas cosas suceden lentas. Otras cosas suceden por predestinación, o algo así. Las
primeras siempre terminan siendo iguales a las segundas. Son hechos que parecen
envolvernos para no dejarnos escapar, suceden irremediablemente. Tarde o temprano
estamos destinados a repetir nuestro destino.
A veces pienso que el sucesor de dios es Kafka, ahora guiona la vida de siete mil
millones de personas que se buscan y no se encuentran en todo el mundo. Personas
destinadas a vivir en un absurdo cuento kafkiano. Imagino a Kafka tomando una taza
de algo, tal vez té verde, en un escritorio chiquito, como de oficina, tiene la mirada
parca y las cejas casi juntas, pero no es una cara de enojado, sino que su rostro carga
el elemento absurdo de toda la humanidad. Sobre su escritorio hay una lapicera azul,
un cuaderno de notas de esos que cuestan doce pesos en cualquier librería, y el
extraño detalle de un escarabajo atravesado por un alfiler de oro.
Las personas cada vez se parecen más a los eventos, destinados a repetirse como los
fantasmas de Guillermo del Toro, o a sumirse en el olvido, destinadas a ser
absolutamente nadie. Yo era de esos, de esos que tienen un papel demasiado
irrelevante para recordarlo, o para anunciarlo en los créditos. Una noche tomamos un
pájaro, solamente ella entendió que el volar es mucho más abarcativo que un pájaro, es
la propiedad inherente de su especie, yo no lo entendí y comencé por mover las alitas
con mis manos, se las abría e intentaba ver la precisión en la que la gravedad
renunciaba ante el fenómeno. Cuando me cansé de los repetidos golpes fríos de
ignorancia en mi cara, comencé a sacarle las alitas, una por una hasta dejar la carne
viva y otra ve z con los movimientos. Pero el entendimiento parece estar supeditado a la
crueldad de la lógica, por lo que extraje su carne de a pedacitos con un bisturí hasta
llegar a sus huesos y luego separarlos por las coyunturas para poder alcanzar el
principio del movimiento. Cuando me di cuenta que no comprendía, vi que el pájaro ya
no podía volar. Algunas escusas resultan tan cursis, llenas de miel, pero después me
doy cuenta y tu imagen en mi cabeza no se condice con tu imagen fuera de mi cabeza,
que no sé si es la misma que te mira desde el otro lado del espejo mientras vos
observas qué tan bien te queda ese nuevo rouge que encargaste de Avon.