Revista Miradas 1 | Page 8

Ana Pacheco tenía 14 años cuando se unió a la guerrilla. No le importó que sus padres hubieran perdido dos fincas a manos del grupo insurgente, ni el dolor que les causaría que otro de sus nueve hijos se fuera al monte. A ella, lo único que le importaba era el “camuflado”.

Hoy, 12 años después, Pacheco, desmovilizada y desvinculada de las

FARC, es una de las muchas caras de una Colombia que mira hacia un posible posconflicto, en el que miles de personas que alguna vez combatieron a lo largo de medio siglo intentan reinsertarse a una sociedad que pretende hacer la paz, no sólo con los grandes acuerdos, sino en el día a día.

La segunda oportunidad de una niña guerrillera colombiana

Por Paula Bravo Medina, CNN

Su caso no es el habitual. Es la historia de una niña guerrillera que entró al conflicto sin saber muy bien por qué y que en su edad adulta, gracias a un desnudo y a un reality, se ha convertido en una cara conocida en el proceso de reconciliación.

El poder de un uniforme

Ana cuenta con franqueza que la fascinación por esa imagen de poder que proyectaba el uniforme la llevó a la guerrilla. Es precisamente eso lo que recuerda de su primer día como guerrillera. "Cuando llegué me entregaron la dotación y lo vi y dije, ‘¡guau!, qué bonito'. Me lo pongo, me queda un poco grande, pero pues nada, ahí con las medias y las botas ya cuadra".

Pero la vida en el monte poco o nada tenía que ver con su anhelo infantil de ponerse el uniforme, ser poderosa y hacer parte de algo.

El entrenamiento de tres meses rompió el encanto y empezó a pensar en huir.

Pensó en eso mucho tiempo, pero el castigo de las FARC para los desertores es la muerte, y no se puede confiar en nadie.

"El monte es duro para una mujer. Cuando te dan permiso de bañarte tienes que hacerlo en ropa interior frente a todos, y tu camuflado también lo tienes que lavar así.

Es difícil ir al baño... eso no son baños, son 'chontos', letrinas, porque tienes que hacer tus necesidades ahí agachada con otra persona al lado. A mí me tocaba dormir con tres hombres más, pero nunca me hicieron nada. Hay que hacerse respetar como mujer ... es complicado”.

Ana siempre fue guerrillera de tropa, de base, lo que quiere decir que nunca estuvo en combate y que entre sus labores estaba cocinar y “montar guardia”. Eso sí, advierte, que nunca vigiló a un secuestrado ni mató a nadie.

El día que Ana huyó de la guerrilla la habían mandado a un pueblo a hacer trabajo de inteligencia. Fue con un compañero y debían averiguar qué decían los informantes y cuál era la actividad del ejército.

"Le dije a mi compañero 'vete para un lado, yo me voy para el otro, nos encontramos en tal punto'. Me voy yo por mi lado y de repente digo ... me tengo que ir de acá. Y me fui", recuerda. Tenía 16 años.