Revista Innombrable # 7 - Muros Poéticos, Ciudades del Silencio - 2015 | Page 59

Juan Diego Gutiérrez Rojas “Juan Akbal” (Colombia) El Puente Al borde de un gigantesco puente de la ciudad, construido para transversalizar progresivamente como culto al espíritu del Domino, con la mirada distraída hacia abajo, logro divisar la gente que alguna parte se dirige. Pulsos electromagnéticos que se mueven en todas las direcciones, formando conexiones en grandes redes. Aquella visión del movimiento en la que cae la contemplación, se convierte en sinónimo estructurado de un sistema nervioso. Todos forman parte de un megaproyecto que, organizado en secuencias, estadísticas y etiquetas; funciona como verdugo de las almas. Las experiencias agonizan, la programación masiva se contagia y se aproxima. Los pocos sentidos de los sueños y el deseo, son ejecutados en los sistemas de almacenamiento e información. Una sinapsis perversa, mueve las mareas de la sociedad, mientras las eras del hombre, evaporizan. Sin embargo, un poco más hacia la Izquierda. El caminar disfuncional y discordante, la lentitud de su marcha ante tanta prisa y afán, y, la condena del dolor físico de este sujeto malformado y grotesco; cautivaron mi extrañeza sin perderle el rastro. Con un desespero injustificado, me arrojé del puente para sumergirme en las corrientes citadinas. Acercándome al ritmo del pulso vértigo de mis latidos, me interpongo ante sus pasos, agitado y confundido. Un espanto fulmínate se apoderó de su mirada clavada en la mía. Un filo cortante en sus ojos estremecía y relataba los hechos atroces que lo han perseguido como fantasmas. Una desconfianza viva y vigorosa lo paraliza, congelado de pies a cabeza. Por algunos instantes perdidos en el tiempo, quedamos frente a frente, imitando al guerrero que se encuentra con su muerte compañera. Las llamas coléricas que ardían entre miradas, sin ningún contacto, nos arrastraron entre corrientes del viento fuerte, invitándonos a sentarnos en una banca anclada al riel del atardecer, intrigado por su existencia, empecé: — ¿Cómo es posible que entre tanta agua muerta, entre tanto engrane, correas y cadenas, conserve usted tan displicente su camino? ¿Por qué no lo persigue la meta impuesta de ser alguien en la vida? ¿Cuál es el secreto pasado que le permite no andar cerca a los demás? — Quiero conocer el enigma que lo mantiene vivo. Quiero encontrar esa persistencia que lo orienta sin una brújula que le indique el camino. Quiero escudriñar en lo profundo de su historia del misterio. Impactado al sentir el carácter de mis preguntas, con su voz grave carrasposa, decidió hablar. La fineza brevedad que fluía en sus palabras como el aire de una mañana soleada en una montaña de frío, me enseñó a comprender; cuál era la vieja existencia de este ser, el nivel de soledad segura sin amargura, su camino perdido convertido en gruta, su visión oscura que va más allá de la luz infinita, la carga de no arrastrar más cargas. Con una expresión pausada, mecida entre las cicatrices del pasado, observó el rascacielos que se imponía ante el paisaje plasmado en el lienzo del horizonte y Confesó: — Atorado entre las enredaderas ramas del sentimiento dependiente, enceguecido en el deleite castigo del yugo cariño, sofocado por el calor de la sangre evaporada en los termales del placer; desgarré mi piel, abandonada en las cadenas del cuerpo y de la carne instintiva lacerante. Mientras destrozaba las instancias del tiempo, influyendo el corazón fraterno, creando laberintos entre palabras y frases audaces; escribí en el relieve de las nubes, las partituras de una composición bella etérea que apagó el infante fuego que ardía en mi interior. 56