Revista Innombrable # 7 - Muros Poéticos, Ciudades del Silencio - 2015 | Page 53

La primera sensación es adormecimiento, conozco la sensación porque más de alguna vez se me han dormido las piernas por estar sentada en sitios donde quiero estar. Porque si no quiero estar me paro, me voy y mis piernas despiertan de un sueño que no les interesa. Luego, la sensación es un poco más fuerte, es como anestesia local. Porque no conozco otra. Una vez mi ojo izquierdo estuvo anestesiado, por eso la relaciono con lo local. Mis hombros son los aletargados, mi instinto es moverlos, para despertarlos. Pero no funciona, siguen así y me agrada. Ya no lucho. Los dejo dormir. Siento que me sangran las encías, como una manzana, el sabor es muy intenso…una manzana ordinaria convertida en el mayor placer. La conversación fluye como el río frente a nosotras. Trato de mantener una charla coherente, al parecer es una especie de lucha en mi cerebro con los químicos. Una forma de decir, aún no me hace efecto, no entrarás en mi cabeza, te controlaré y yo decidiré si te dejo avanzar. Comienzo a sentir un dolor en el estómago, como un ácido que se entremezcla con otros líquidos. Pienso: no era por el sabor, era por este efecto. Hay muchas aves, entre ellas unas que parecen palomas estilizadas, con cuello largo y movimientos de gallina. Otras más bellas, pequeñas, de un negro azulado, que pegan saltitos para caminar. Les tomo fotos, pero se dan cuenta y vuelan sin consideración. Miro la hora, 17:23. Pienso en que no debo volver a mirarla, pero siento curiosidad por el efecto en relación al tiempo. Risa, me da risa, comienza la risa. Es una risa más profunda, con más ganas y eso me gusta. Empieza a formarse un cuadro, el entorno es un cuadro pintado al óleo. Los trazos son perfectos y los colores son los más fuertes. Miro el cuadro y está lleno de personajes. Cada uno con su historia. Lo mejor es que entran y salen, se mueven, es un cuadro en movimiento. Y en los cambios de escena, cada vez se vuelven más interesantes. Dos hombres idénticos, casi gemelos, que de lejos se alcanza a percibir la tensión sexual entre ellos. Un grupo de mujeres en edad madura (qué graciosa esa expresión) que disfrutan de la tarde como si no se hubieran visto en décadas. Se fotografían coquetamente y el viento las ayuda en esa misión. Sigo hablando, pero ya no lucho. Solo siento. Miro el cielo, las nubes, ¡qué nubes! Siempre me ha gustado el cielo de Buenos Aires, mucho más que otros cielos. Me gustan sus nubes bien formadas y que se muevan tan rápido. Ahora son mucho más esponjosas, las quiero tocar, tienen formas. Veo corredores en el cielo, no solo pasan por el camino que está detrás de mí, sino que corren en el cielo también. Peces, ahora veo peces, me siento como en un acuario o mejor aún, bajo el mar. Colores en el cielo, como si tuviera un caleidoscopio en mis ojos. Flores de muchos colores. Las nubes hacen lo suyo, se deslizan por el cielo, se disuelven y vuelven a unir. Medito sobre eso, en la perfección de la vida. Como muchas veces me he sentido desarmada, con el cuerpo en pedazos, pero pronto todo se vuelve a unir y tomar forma. Veo un ave planear, un vuelo relajado, solo se deja llevar. No agita las alas, deja que el viento haga todo. 50