Revista Innombrable # 7 - Muros Poéticos, Ciudades del Silencio - 2015 | Page 50
Daniel José Acevedo (Colombia)
Asfalto
Juan se desplomó en la calle. Su cuerpo no aguantó y cayó en el asfalto. Pequeños ríos de sangre
desembocaron en las alcantarillas. Abajo, en las cloacas, el olvido se alimentaba con voracidad. Sólo lo
recordaran su familia y amigos.
Pero, nadie recordará a Juan, estudiante de tercer semestre de arquitectura. Nadie recordará que le
gustaba ir a cine a ver películas de Almodóvar y Roberto Benigni. Nadie recordará a Juan y su baile de
celebración cuando el Atlético le metía cinco a Millonarios, ni sus besos azucarados y su fetiche por las
orejas. Nadie recordará su pasión por coleccionar tapas de refresco, ni sus pegajosos riffs cuando
tocaba el bajo. Nadie recordará a Juan y sus estadías en el parque Malibú. Allí, prendía un cigarro, se
recostaba en el banco y miraba absorto las estrellas.
Nadie recordará a Juan. Pero si lo recordaran los gallinazos que sueñan con una cena memorable. Sí lo
recordará la gente ensimismada que rodea su cadáver y disfruta del teatro de la muerte. Sí lo recordará
el periodista del boletín informativo que toma fotos para el morbo. Sí lo recordará la lluvia que cae a
cantaros y llora lo no-llorable. Sí lo recordará el espejo en el que se vio antes de salir ese día para su
trabajo. Sí lo recordará la bala perdida que desvió su camino y atravesó su cabeza de lado a lado.
Y Juan lo sabe. Lo sabe todo. Lo sabe mientras cierra los ojos y se entrega al abismo y al silencio. Lo
sabe, pero pronto lo olvidará.
Diana Carolina Gutiérrez (Colombia)
Dos monedas calientes
Esa tarde hacía un sol para morirse. Como siempre tomé el bus 190 para dirigirme al instituto. Llevaba
un short azulado y una blusa vaquera, sudaba mi rostro desesperadamente. Saliendo de casa caminé con
el letargo propio de los días calurosos donde un vaho que brota del asfalto se roba el aliento y entorpece
cada paso; vigilantes del barrio me silbaban quedito como evitando ser oídos por las ancianas que
divisaban en la ventana, jóvenes entre el humo de un porro soltaban frases obscenas respecto a mi
sabor. ¿A qué rayos sabe una mujer? obreros de la construcción cerca de la avenida con sus ojos
desorbitados por la luz y el trabajo duro hicieron de mí una diosa envilecida; en la esquina, doblando,
un conductor miraba ostentoso, seductor y serio pretendiendo que una máquina lo hace ser más.
Tomé el bus y hombres como jaurías enseñaban sus colmillos con sarro amarillento, miraban mis
piernas y yo ahogada me senté apresuradamente en la silla de atrás. El camino sigue y por la ventana,
escenas en este día caliente como el mismísimo infierno, no distan mucho de lo que vivo yo: féminas
cualesquiera ante las miradas de lo público, ante los perros que se relamen olfateando rabos, olfateando
la mierda perfumada de las señoritas; mujeres que se pavonean en las aceras, mujeres que desean ser
vistas, mujeres que huyen, mujeres de iglesia, mujeres-objeto bañando los días de erotismo. También
hay homos, homo- sapiens, homo-erectus, homo-sapiens-no-sapiens que devoran con sus ojos el
instinto.
Luego de la desazón que deja el morbo, disfruto del viaje. Siempre he amado los cortos paseos cuando
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