Revista Innombrable # 7 - Muros Poéticos, Ciudades del Silencio - 2015 | Page 46

es probable que haya reconocido los pasos que buscaba. Las fuentes de agua se secaron de tanto sol y ahora nos inunda la tierra. Las cortinas salieron de sus ventanas y ahora tapan las calles como quien cubre a un muerto, las madreselvas se elevaron para alcanzar las terrazas de los edificios. Yo sigo vagando, pegando una foto tuya, a color, tus ojos vivos, en todos los postes. Alexis Santiago (México) Paseo nocturno Me adentro en el abismo de la noche. Los autos, inmóviles ante la mirada pensativa de algún semáforo, aguardan, no sin aprensión, la transmutación momentánea de sus lúcidos colores: el puente ilusorio que culminará su ensueño, la metamorfosis secreta que regirá su inefable destino. Camino a través de calles taciturnas, entre bares pendencieros, al borde del colapso existencial; una prostituta, no menos atractiva que un sueño platónico, se me acerca, deposita su mano encima de mi hombro, me indica su tarifa. No tengo nada que perder. El motel queda a unos pasos. Subo -detrás de ella, a través de ella- la escalera infinita que conduce a nuestro cuarto: 411. Se desviste en un acto fortuito, cotidiano. Me desabrocha la bragueta. La sangre invade inocuamente mi sexo. Pienso en William Blake. En los Proverbios del Infierno. El exceso ha sido, desde tiempos primordiales, la causa de nuestro gradual fusilamiento. Sin embargo, es lo único que podría justificar este naufragio. Le hago el amor. Me corro con un espasmo que me desanuda el vientre. Dejo el dinero acordado en la repisa. Vuelvo a adentrarme en el abismo. Las calles, moribundas, permeadas por las luces embriagadas de los fanales silenciosos, me señalan el camino vagamente. Niños famélicos, insomnes por el hambre, se acomodan ateridos debajo de las marquesinas. Los observo con la misma indiferencia de los astros. Una ambulancia perentoria cruza rauda un bulevar: la muerte, digo para mis adentros, suele regodearse de los lerdos discípulos de Asclepio. A elevadas horas de la noche, la ciudad figura un dédalo sombrío. Hombres que fuman marihuana, ilegibles en las sombras, deambulan cual fantasmas sobre callejones desolados. Muchachos ebrios de poesía, jovencitas nocturnales, delincuentes sediciosos, indigentes trasnochados: una procesión pánica de almas siguiendo la barca deletérea de Caronte. Han cerrado los comercios, ha dejado de menguar la luna. Una insondable oscuridad inficiona el ámbito de Anáhuac. Casi es tangible el silencio. Melancólico, vacío, irisado de nostalgia, me dirijo 43