Revista Foro Ecuménico Social Número 7. 2010 | Page 19

Redescubrir la diversidad ligiosas, y centenares de ellos le pidieron al Papa poder continuar al estilo antiguo. Pero Pablo VI los invitó a no fracturar la fraternidad de la Compañía de Jesús. Ahora bien, sin hombres como Calvez, el deseo del Papa hubiera caído en el vacío. En tercer lugar lo recuerdo al P. Calvez como amigo. Todo somos hermanos, pero no todos podemos ser amigos. Sin embargo, Jean-Yves se acercaba a uno con una actitud siempre amical. No era la “politesse” propia de las relaciones internacionales o de los negocios. No pretendía fingir que todos somos amigos, pero no ponía barreras al peregrinar en esa dirección. No decía: somos sólo compañeros y trabajamos juntos con la eficiencia del personal de calidad. Tampoco daba a entender que somos sólo hermanos que nos queremos y punto. No cerraba la puerta, para ir más adentro, hacia la intimidad de cada uno. Quedaba siempre entreabierta, en su sonrisa permanente. Y confieso que más de una vez me sentí cautivado por esa sonrisa, haciéndole y recibiendo confidencias, casi sin advertirlo. Esa dimensión de la amistad se dejó sentir profundamente en la relación con los de otra Iglesia, de otra religión, de otra filosofía. Mientras los teólogos expertos hacían un trabajo de ingeniería, ensamblando posiciones que parecían antagónicas, como en el acuerdo entre católicos y luteranos sobre el tema de la Justificación, el P. Calvez, sin ignorar ese trabajo intelectual, tendía puentes de amistades personales. Encuentro una gran similitud entre su actitud y la del cardenal Kasper, responsable del ecumenismo en la Iglesia. El P. Calvez me contó que una vez, en Moscú, participando en una ceremonia litúrgica de varias horas, que no va con nuestro estilo, aprovechó un canto larguísimo para conversar, en ruso, con el clérigo ortodoxo que tenía al lado. Y no sólo se manifestaron afecto, como hermanos, sino también confidencias, como amigos. Todos conocemos el trabajo del P. Calvez en materia social. Pero no todos conocen su labor en el terreno ecuménico, donde siempre dejaba una puerta entreabierta. • No cerraba la puerta, para ir más adentro, hacia la intimidad de cada uno. Quedaba siempre entreabierta, en su sonrisa permanente. FORO •37