Revista Foro Ecuménico Social Número 12. 2015 | Page 39

Una sociedad tolerante, dialoguista Teresa Saravia Una sociedad tolerante, dialoguista Instituto de Culturas Aborígenes (ICA), Córdoba, Argentina Las comunidades originarias como to- dos los pueblos de la tierra poseen un conjunto de creencia sostenidas por su espiritualidad y que aportan a sus identidades. Nuestras comunidades han sido siempre creyentes con una fuerte relación con el objeto de su fe. Rara vez se produce un divorcio entre lo que vivimos y creemos. Aunque lamentablemente de esa fe profunda y sencilla se aprovecharon un sinnúmero de instituciones, organizaciones y diversos sectores de poder. El mito es la casa de la comunidad, ya que en él encuentra su seguridad. En los mitos está la posibilidad cierta de recordar lo sucedido, de darse asimismo y dar a otros la explicación de sus orígenes... por el mito la comunidad sabe de dónde viene y hacia dónde va, es decir, anticipa el futuro y gana tiempo. La fuerza del mito la ha preservado de toda amenaza secular o religiosa. En 1492 las comunidades originarias fueron sorprendidas con la llegada de nuevos pueblos que traían a su vez su propio conjunto de creencias, una corriente migratoria que no ha cesado de venir hasta hoy. En la llegada de nuevas espiritualidades y por circunstancias históricas concretas, la vanguardia fue asumida por el catolicismo y detrás de él, en estos siglos vinieron diversas Iglesias Protestantes y otras religiones como el judaísmo, el islamismo e inclusive también el hinduismo y el budismo. No faltó en todas ellas –diversas religiones– una actitud hacia nosotros. Lamentablemente, abundó el desprecio por nuestras creencias, desprecio expresado en la pretensión intencionada de genocidio cultural o en una indiferencia dolorosa. Hubo evangelizadores movidos por el amor, que parecidos a Cristo, llegaron a dar la vida martirialmente por nuestros pueblos aborígenes, tal es el caso de los Obispos Antonio de Valdivieso o Francisco de la Cruz, asesinados por defender nuestros derechos, o profetas como el Padre Antonio de Montesinos o Bartolomé de Las Casas; pero hubo otros que confundiendo nuestros dioses con demonios ejecutaron un salvaje proceso de trasculturalización agravado por el convencimiento de que evangelizar era europeizar. Así se nos prohibió nuestro culto, nuestros ritos, nuestras creencias, en algunos casos nuestras lenguas, en definitiva, nuestra manera de vivir. Soy aborigen y soy cristiana, no es mi intención discutir la validez de la evangelización sino cuestionar lo mínimo: su metodología. En este contexto, con las Iglesias Protestantes no nos fue mejor. Sé de al- Lamentablemente, abundó el desprecio por nuestras creencias, desprecio expresado en la pretensión intencionada de genocidio cultural o en una indiferencia dolorosa. Teresa Saravia en el encuentro de 2015 en la Universidad Católica de Córdoba. FORO •39