Revista Foro Ecuménico Social Número 11. 2015 | Page 41
Borges y la trascendencia
subsistir el deseo; todo emprendimiento está allí destinado a quedar inconcluso
pues nada justifica su realización; la subjetividad, en consecuencia, se vacía de
significado, la memoria se extingue y la
existencia se convierte en mera duración.
Borges se inclina, siguiendo a Spinoza, por una visión panteísta de Dios.
Ella es, para el poeta, la más fructífera ya
que lo provee de incontables imágenes. Y
aun cuando ninguna pueda dar cuenta de
lo que esencialmente connota la palabra
Dios, son todas ellas las que mejor sugieren esa misma imponderabilidad irreductible. La metáfora lo es todo para Borges.
Esta disonancia medular entre la palabra y lo que ella designa está centralmente presente en la obra de Borges.
Acaso solo la música logra escapar a ella,
pues como bien insinúa en el poema
que dedica a su muy admirado Brahms,
la música colma nuestra vida de sentido
aunque no tenga ningún significado.
A la filosofía, Borges la caracteriza
como un subgénero de la literatura fantástica y a la teología como un arduo laberinto en el que Dios extravía a los hombres que aspiran a disolver su enigma o a
transparentar su significación. En el poema “El Golem” retrata la tragedia del rabino que creyó contar con las palabras y
el saber que le permitirían crear, como lo
hizo Dios, un hombre. Su invención, precaria, absurda, delata el incumplimiento
de ese afán o, quizá más profundamente, el extravío de aquel que habiendo sido
creado por Dios, no encuentra la forma
de reconciliarse con la armonía a través
de ninguno de sus emprendimientos.
En suma: Borges no accede al
enigma de Dios
desde la fe religiosa
sino desde la imaginación poética. Al
sostener la irreductible disonancia entre la palabra que
designa y la cosa designada se hace, no
obstante, eco de la
convicción, ya presente en la Torá, de que
el nombre de Dios no está al alcance del
hombre. Los acontecimientos considerados sagrados por la tradición religiosa
le importan como argumentos literarios
antes que religiosos (el tema de Judas,
por ejemplo). Le interesan en todo caso
los hombres de fe (Bloy, Pascal, Chesterton) más que la fe de los hombres. No es
indiferente a la búsqueda de Dios, siempre y cuando ésta no abandone el plano
intelectual. Sus términos dilectos para referirse a Dios son “el indescifrable” y la
palabra “sombra”. Y, finalmente y como
recuerda el citado Osvaldo Pol, “para
Borges es más poética la duda que la afirmación de la fe”. Pero por supuesto, no
ignora la necesidad que el hombre tiene
de encontrar amparo en alguna forma de
certeza que lo libere, aunque solo fuera
momentáneamente, de la intemperie que
le impone la imponderabilidad de lo real.
En cierta ocasión, se le preguntó a
Borges cómo caracterizaría la cortesía.
El escritor respondió: “Cuando intercambio ideas con alguien, siempre trato
de que tenga razón”. •
1
Incluso la esperanza, en el orden cívico, fue para él antes un deber que un sentimiento espontáneo. Recuerdo el encuentro que el Presidente Alfonsín propició con un grupo de artistas y escritores, del que yo
formé parte, apenas ganadas por él las elecciones de 1983. Esa tarde Borges tomó la palabra, en nombre de todos los que allí estábamos, y le dijo: “Señor Presidente, usted nos ha devuelto el deber de la
esperanza”.
2
Osvaldo Pou, El tema de Dios en la poesía de Borges, Instituto Cultural Argentino-Israeli, Córdoba, 1993, p. 56.
3
Idem, p. 57.
Borges no accede
al enigma de Dios
desde la fe religiosa
sino desde
la imaginación
poética.
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