Revista Foro Ecuménico Social Número 10. 2013 | Page 53
Crisis ética y economía
plosión es la clave para entender la crisis que atraviesa su economía. De hecho,
durante buena parte del período de expansión previo a la crisis los tipos de interés real en España fueron negativos y
estimularon de manera directa esta burbuja y el endeudamiento de empresas y
familias. Si España hubiera tenido una
política monetaria autónoma, habría necesitado un tipo de interés de referencia
más alto que, al menos, hubiera debido
ser mayor que la inflación.
La “dolarización” también entraña costes que no pueden ser dejados de
lado, siendo los principales los que se
derivan de la pérdida de instrumentos
de política económica, entre ellos, algunos básicos para hacer frente a las crisis
como son: la fijación del tipo de interés,
la posibilidad de influir sobre el tipo de
cambio, la capacidad de emitir dinero y
la posibilidad de ejercer el papel de prestamista de última instancia.
Según la teoría de las “Áreas Monetarias Óptimas” de Mundell, esta pérdida
no es grave si el país “dolarizado” tiene
importantes similitudes (tiene simetría)
con el área de la que toma la moneda.
Si existen asimetrías, si la estructura productiva no es similar a la del área del cuál
toma la moneda o si el ciclo económico
no es paralelo al de ese área, la política
del área monetaria no será adecuada para
los países que tengan asimetrías y pueden sufrir “choques asimétricos”. Así
en el caso de Argentina, la asimetría era
completa respecto a Estados Unidos en
los años 90, mientras que los países del
sur de Europa (España, Portugal y Grecia) tenían asimetrías con la zona Euro y
sus ciclos económicos no eran los mismos que los del centro económico de
Europa. Así el crecimiento y la inflación
de España fue durante años superior al
de sus socios del norte de Europa, una
circunstancia que hubiera hecho reco-
mendable para España una política monetaria más restrictiva de la que necesitaban los países de Europa que formaban
el núcleo de la zona Euro.
Cuando un país padece esta pérdida
de instrumentos de política económica,
el ajuste ante una pérdida de competitividad es más complejo. Cuando un país
se enfrenta a un deterioro de la balanza de pagos, las entradas de divisas no
permiten hacer frente a los compromisos de pago (ya sea porque se frenan las
exportaciones de bienes o porque se frenan las entradas de capitales). Un país
con tipo de cambio flotante simplemente dejaría flotar su moneda, de manera que ésta se depreciaría, recuperando
competitividad y contribuyendo a la estabilidad de la balanza de pagos. En un
país dolarizado, la depreciación o devaluación de la moneda no es una opción.
Para recuperar competitividad, un
país dolarizado tiene que bajar los costes internos en términos reales. Para ello
sería necesaria una deflación con caída
de salarios reales, sin embargo esto solo
se va a producir en el marco de una gran
recesión. Otra opción es una destrucción de empleo como la que ha experimentado España que sigue produciendo
una cantidad parecida (la producción en
términos reales ha caído un 8 por ciento) mientras que el desempleo ha crecido hasta los 6 millones de parados,
con una mejora de la productividad, repartida de manera
desigual en la economía,
afectando
especialmente a los que han
perdido su empleo.
En el caso argentino la apreciación del dólar
en los ‘90 hizo
que se resintiera la competiti-
En el caso de
Argentina, la asimetría
era completa respecto
a Estados Unidos en
los años 90, mientras
que los países del sur
de Europa (España,
Portugal y Grecia)
tenían asimetrías con
la zona Euro y sus
ciclos económicos no
eran los mismos
que los del centro
económico de Europa.
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