Revista Foro Ecuménico Social Número 10. 2013 | Page 31
Diálogo Intercultural
No sería irrelevante ver en cuántos
cristianos, comenzando por clérigos y
teólogos, se hace transparente semejante
contemplación y representación, de manera que algunos pudieran presentarse
como testigos, o al menos como interlocutores válidos de quienes, al preguntar,
reclaman una respuesta que pueda realmente colmar sus expectativas (Por eso,
cuando Borges sitúa a Cristo en una cruz
lateral, en tercer lugar, ¿hace mal en entender que Jesús puede estar en el lugar
del otro, al que entiende, y con el que se
identifica?).
Lo que no se puede obviar (entre
otras cosas) es que para Borges lo más
importante del mundo y de la vida fue
la literatura. Allí sí sabía ver cualitativamente, y es allí donde sintió que un texto
literario llamado Evangelio era más que
literario, sobre todo en el momento en el
que crucifican a su personaje.
Llego a los dos versos finales del poema: ¿De qué puede servirme que aquel hombre / haya sufrido, si yo sufro ahora?. Versos
éstos que a muchos han parecido irreverentes, y de los que casi toda la crítica
académica (literaria, filosófica, teológica)
ha dicho que es un lugar en el que Borges
declara con melancolía su agnosticismo.
Cito a Balthasar: …la realidad de hecho de que un ser humano en un rincón del imperio romano ha sido crucificado dos mil años
atrás (con otros miles de hombres), por amor
de mí, ¿cómo podría motivarme a cambiar de
vida? ¿Por ternura hacia este amor, que nadie me puede demostrar? Se habla de sustitución vicaria, pero una sustitución tal es válida,
ruego que entiendan, únicamente si me ha implicado.17
Borges no sólo pregunta bien, sino
que sitúa correctamente una interrogación que plantea uno de los pocos
problemas que la teología, y los cristianos con su propia existencia, debieran
no abandonar jamás en su búsqueda, si
quieren que la respuesta sea real: o mi
dolor y mi sufrimiento están verdaderamente asociados a la pasión de Cristo,
y son contemporáneos con ella, o la fe,
como respuesta y sentido, se torna insuficiente, porque no confiere al que padece la vitalidad que procede de la Pascua de Cristo, ya que el vínculo con ella
es difuso, cuando debiera ser configurador. En otras palabras: al asumir Dios
(y al asumir de un modo determinado)
la condición humana y al ascenderla (en
Cristo) yo soy hecho forma de Cristo al
descender la condición divina a mí por
su Espíritu. Y esto es verificable sólo
allí donde se representa, es decir, donde
se desarrolla el drama (mío y de Cristo)
ahora, ya que el Padre está dando vida
siempre (ahora) al que está situado en la
Cruz. La pregunta de Borges, pues, se la
interprete como se la interprete, es una
pregunta que debiera hacerse todo cristiano y, a la larga, todo hombre.
Que yo sepa, entre nosotros sólo
Eduardo Graham ha planteado de un
modo explícito estas cosas respecto de Los Conjurados (en Conversión
de la teología). Ha hecho notar
que Doomsday, el poema que
sucede a Cristo en la cruz, postula la posibilidad de que
algunas cosas, dispersas en distintos
tiempos, sean, a
“¿De qué puede
servirme que aquel
hombre / haya sufrido,
si yo sufro ahora?”.
Versos éstos que a
muchos han parecido
irreverentes, y de los
que casi toda la crítica
académica (literaria,
filosófica, teológica)
ha dicho que es
un lugar en el que
Borges declara
con melancolía
su agnosticismo.
Dios, en la unidad de su humillación y exaltación, lleva consigo su propia forma y belleza... el dicho “no tenía forma ni belleza”, de Isaías, es justamente el lugar donde resplandece la peculiar belleza de Dios: “Buscar la belleza
de Cristo –dice Barth- en una gloria que no sea la del Crucificado es buscarla en vano. En esa automanifestación, la
belleza de Dios abarca la muerte y la vida, el temor y la alegría, lo que nosotros podríamos llamar odioso y lo que podríamos llamar bello”. (Gloria, I. p.54-55).
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Epílogo, III, 3, c.
FORO
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