Revista Foro Ecuménico Social Número 10. 2013 | Page 30
Diálogo Intercultural
Borges va evocando
y enumerando, con
muy pocas palabras,
hechos, memorias e
imágenes de toda
la humanidad, e
intercala pequeños
rasgos conmovedores
en medio de temas
enormes.
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cedimiento muy borgeano, que se fue
acrecentando con el paso del tiempo, y
que se hizo muy evidente en La Cifra y
Los Conjurados, sus dos últimos libros de
poesía: en el marco de una gran austeridad, Borges va evocando y enumerando,
con muy pocas palabras, hechos, memorias e imágenes de toda la humanidad, e
intercala pequeños rasgos conmovedores en medio de temas enormes.
Volviendo a nuestro asunto, hay que
hacer notar el deliberado desplazamiento de toda la escena (en los cinco primeros versos) a una atmósfera árid a, ajena a la iconografía común,
que pretende restar una belleza fácil que pudiera conmover
(más bien se trata de desalentar) a una devoción superficial.
El acento va a estar puesto en
otro lado. Inmediatamente (en
los tres versos que siguen a los
primeros) y reforzado por lo anterior, el brusco paso al tono confidencial de un hombre que no ve (en los dos
sentidos) y declara su decisión irrevocable de seguir buscando (pasos intensifica
a buscándolo) hasta la muerte, sí conmueve. ¿Buscando qué? Un rostro que él no
conoce (aunque puede imaginarlo) y que
no es el rostro que quizás muchos otros
suponen.
Si volviéramos la mirada al Gólgota,
¿de qué estaríamos hablando? ¿De qué
belleza se trata? Tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia
era humana [...] no tenía apariencia ni presencia, y no tenía aspecto que pudiéramos estimar
[...] despreciable y deshecho de hombres, como
ante quien se da vuelta el rostro12. ¿Qué es lo
que hace que el centurión que está al pie
de la cruz confiese: realmente este hombre
era un justo (alabó a Dios cuando vio lo que
había pasado13)? ¿Qué es lo que hace que
uno entienda y alabe a Dios ante lo terrible? ¿Qué vio? La oscuridad, un alarido
y el silencio, y un mundo y una tradición
que se evaporaban como si no hubieran
existido14. Todo este horror no se puede embellecer; es bello, pero ciertamente
no tiene nada que ver con lo “lindo”, lo
“bonito”, lo “agradable”. Por el contrario, se trata de lo que aparece en lo inaparente, de lo que se revela en el ocultamiento, de la manifestación de una
imagen no adecuada a un dios, tal como
los hombres entendemos que un dios
debiera manifestarse.15
Sólo un amor absoluto, absolutamente libre, puede llegar sin menoscabo de sí hasta la posibilidad de absoluta
ausencia de amor (infierno) y desfigurarse, permaneciendo sin embargo idéntico a sí mismo como forma que se revela y ofrece a todo hombre, a cualquier
hombre. Sólo quien pueda ver cualitativamente será capaz de percibir la luz de
gloria que tanta oscuridad irradia. Y si,
simultáneamente, sabe que eso ocurre
“por mí y por todos” no podrá apartar la
vista. Es más, anhelará, más que ver, ser
visto, sin que ya importe qué pueda venir
y qué pueda ser de la propia figura: …
ellos saben lo que han visto y no se preocupan lo
más mínimo por lo que dicen los hombres. Sufren por amor a ella (la gloria de Dios que así se
manifiesta en la belleza de la forma humana) y
su compadecer queda ampliamente compensado
por su ser enardecidos por la suprema belleza,
coronada de espinas y crucificada.16
12
Respectivamente: Is. 52,14; 53,2; 53,3.
13
Lc. 23,47.
14
Lc. 23,44-46.
15
Mt. 16,13-23.
16
Gloria, una estética teológica (vol. I). Hans Urs von Balthasar. Ediciones Encuentro. Madrid. 1985. p.35.
Comentando un pasaje del teólogo calvinista Karl Barth (Dogmatik, II/1, 723-750) Balthasar anota: