Revista EntreClases Mayo 2018 | Page 84

-Pues me gustaría verlos con luz natural y ver si son azules o me estas mintiendo.-me dijo con una sonrisa que jamás se me olvidará.

Pasamos toda la fiesta juntos y cuando terminó le dije que mañana quedáramos el la plazoleta del pueblo para pasear. Y así fue. A la mañana siguiente paseamos hasta la hora de comer y fui conociéndola mejor.

Me contó que en realidad a ella estudiar Derecho y las grandes ciudades no le gustaban. Le encantaba el campo y la naturaleza. Quería ser florista y tener una pequeña tiendecita en la plaza del pueblo, pero sus padre no le dejaría abandonar la carrera.

A la mañana siguiente al paseo, decidí enviarle cinco ramos de flores, de todos los tipos que pude encontrar en la floristería del pueblo del al lado, y bajar para ver su reacción. Las dejé en la puerta de la casa y cuando salió su cara era de una sorpresa en mayusculas. Yo estaba en frente y se acercó para abrazarme. Olía como un campo de flores infinito. La miré y dije:

-No sabía cual era tu flor favorita así que decidí traerte todos los tipos que había en la tienda.

-¡Son todas preciosas, Carlos!, pero me temo que mi flor preferida no está aquí.- al decir esto, mi alegría se tornó en tristeza y ella se percató.- no te preocupes Carlos. Aunque hubieras sabido cual es, no la hubieras podido traer hasta mí. Eso es lo que me gusta de esta flor, que si le cortas la liberad de estar en el campo, no hay humano que pueda hacer que sobreviva en un jarro con agua.- no tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero asentí- No sabes que flor te digo, ¿verdad?- negué con la cabeza- La amapola.

A partir de ese día me propuse encontrar un campo de amapolas para que ella pudiera disfrutar de su flor preferida. Pregunté a los trashumantes que conocían mejor que nadie los alrededores de los pueblos, hasta que, una semana después, uno me dijo que no muy lejos de aquí, a unas dos horas a pie de Salvaleón y en el lado derecho de un camino que ellos utilizaban, al lado de un riachuelo, había un campo de amapolas

Decidí llevarla allí como sorpresa de despedida. Se iba en tres días. Le pedí el coche a mi tío y mandé preparar en cocina un picnic para dos. Cité a Sofía en uno de los caminos que salía del pueblo a las cinco de la tarde y le pedí que se pusiera su vestido rojo, el que llevó a las fiesta de cumpleaños de Lolo.

Antes de salir, mi tío vino a verme al garaje y me dijo:

-Carlos, tened cuidado con el coche. Esos caminos no son de fiar y menos si llueve, y esto último lo presiento.

-Venga ya, Lolo. Si hace un sol radiante esta tarde.

-Bueno...- me dio una palmada en la espalda y me dijo- antes de que te vayas quiero enseñarte algo.

Me llevó hasta una de las cuadras que había junto al garaje. Me miró y sonrió. No daba credito

-Muchacho, la yegua pura raza Árabe que tanto querías.