Revista EntreClases Mayo 2018 | Page 71

Hace varios cursos, en el instituto donde he trabajado los últimos años, mi compañero de departamento y yo encargamos unos vinilos con imágenes deportivas para decorar el gimnasio. Cuando llegó el primer diseño y mi compañero me lo enseñó, me di cuenta de que todos los dibujos eran figuras masculinas representando los deportes más populares (fútbol, baloncesto o voleibol). No había ninguna figura de mujer junto a un balón ni sin él; no estábamos representadas en la composición, y por supuesto, protesté. Pensé de inmediato en mis profesoras, en mi entrenadora Angelines Moreno (mi madre deportiva), en mis compañeras y colegas de entrenamiento y profesión, pero sobretodo pensé en las alumnas de ese curso y las que quedaban por venir, y en la información soterrada que se les enviaba con aquellas imágenes. La empresa incluyó finalmente figuras de mujer pero, de nuevo, coloreó las figuras masculinas de azul y las femeninas de rosa; ellos jugaban con balones o adoptaban posiciones donde se realzaba la fuerza, y ellas, a lo sumo, portaban una raqueta o se presentaban en posiciones estéticamente “bellas” (gimnastas o bailarinas). Volví a quejarme, pero ya estaban puestas.

Que las mujeres en la prehistoria también cazaban, pescaban y cultivaban, lo acreditan diferentes testimonios arqueológicos, antropológicos o mitológicos, por lo que debieron ser buenas corredoras, lanzadoras, nadadoras y lo suficientemente fuertes como para movilizar las cargas del cultivo.

De hecho, en un estudio reciente liderado por la antropóloga Alison Macintosh, de la Universidad de Cambridge, se comprobó a través de la comparación de estructuras óseas, que aquellas mujeres del Neolítico y Edad del Bronce tenían un desarrollo muscular tanto o más elevado que mujeres actuales dedicadas a disciplinas deportivas en el alto rendimiento.

Mujeres en el deporte