Revista EntreClases Febrero 2018 | Page 16

Recapitulemos, crucé esa puerta, primer paso, y uno de los más difíciles, cara a cara con la realidad, y esta vez sola. No tenía a nadie de mi familia a menos de 5500 km que pudiera ayudarme a levantarme si me caía. Estaba yo y sólo yo, y eso asusta, muchísimo. Pero cuando vi a mi madre de acogida, desde el primer momento supe que todo iba a estar bien, que iba a merecer la pena.

Y no me equivocaba, la emoción e ilusión con la que se vive todo, desde montarme ese 31 de agosto en el primer coche canadiense y ver árboles por todos lados, semáforos raros por aquel entonces (ahora son parte de mi vida otra vez, de mi rutina, de lo conocido), simplemente abrir tu boca tanto con cada cosa nueva, que lo único que te quedan son ganas de seguir adelante conociendo más cosas nuevas.

La primera vez que fui al instituto, sin apenas dormir de los nervios, esos problemillas al intentar abrir mi taquilla y todas las veces que no me enteraba de lo que me estaban diciendo, porque no, la vida no es un continuo listening en el que tienes dos repeticiones, el mundo real se basa en todas esas frustraciones que al final un día se convierten en un hábito.

Poco a poco mis miedos fueron desapareciendo, conseguí adaptarme bastante bien a la forma de vida, al cambio horario, a la familia, la nueva casa, el nuevo entorno, el instituto… Y, así van pasando los días y te vas dando cuenta de que sí que puedes, de que es posible empezar una nueva vida en otro continente, en otro idioma y con otra familia.