Revista El Balcón: Cuestión de género V. 4 | Page 47

A la vez, debemos comprender que, monetariamente, el arte representa un gasto superfluo. La necesidad de adquirir materiales de difícil producción para desperdiciar años en prácticas infructíferas orientadas a la creación de arte es una problemática que jamás se presentaría en los campos de la guerra. Las armas cumplen su función inmediatamente en las manos de cualquier hombre, exterminar la vida es ciertamente más sencillo que contenerla en un lienzo.

La muerte del arte eliminaría también la frustración espiritual que representa su creación y de esta forma se aceleraría nuestro proyecto humano.

Retomemos aquí el ejemplo estadounidense. Stephen Paddock, el ejemplo de hombre que alienta el futuro, un verdadero artista, llevó 23 fusiles de asalto y miles de municiones al piso 32 del hotel Mandalay Bay de Las Vegas.

Con ese arsenal de guerra, masacró desde la ventana de su habitación a 58 personas que asistían a un concierto de música country. Es esta la libertad que concede Estados Unidos y que necesita el mundo para que todos lleguemos a ser verdaderos artistas.

Así, se expone el punto real de este texto: la desaparición de cualquier forma de arte y de los artistas. Pues, como se ha visto hasta ahora, la guerra es capaz de contener cada una de las formas de expresión humana. Se ha entendido también que resulta más beneficioso para el hombre con creatividad poner sus capacidades en función de este proyecto orientado a la destrucción y que cada inversión económica que se hace a la guerra culmina favorablemente reduciendo el bienestar de la vida humana.

En suma, es coherente y sensato para todos los hombres abandonar el arte; dejar los talleres, bibliotecas, galerías y museos para formar ejércitos cada vez más grandes. Cambiar los pinceles y las plumas por las armas es lo que le dará finalmente sentido pleno a nuestra humanidad. Nos dará, a todos los hombres sobre la faz de la tierra, la tranquilidad que conlleva la muerte.