Angelita García ingresó en 2005 como voluntaria, pero su relación
con el hogar venía de mucho antes. “Desde niña, cuando acompañaba
a mi madre a visitar amigos que residían allí; posteriormente, cuando
participaba de la juventud asturiana, una o dos veces al año íbamos a
bailar y a compartir con ellos”, cuenta.
“He recibido muchas satisfacciones y he conocido tantas historias que
emocionan e impactan. Eliana, por ejemplo, fue dama de compañía
de doña Mercedes, madre del Rey Juan Carlos. Me contaba muchas
anécdotas de la familia real y copucheos. Además, era poetisa y escribía
cosas hermosas. Todos los viernes, cuando salgo de mi voluntariado,
me siento feliz de lo que ellos me entregan durante las dos horas
que compartimos”, reflexiona, y aprovecha de expresar un deseo:
“Ojalá tuviéramos más voluntarias para que sientan la satisfacción de
entregar y recibir sin medida”.
Maribel Goya lleva “como cinco años” en el voluntariado y la labor que
más disfruta es conversar con las residentes. “Ha sido un tremendo
aprendizaje acompañarlas. Tienen tanto para compartir… Una señora
muy sola me decía, si no hablo con usted mijita, se me empiezan a
olvidar las palabras. Es duro escucharlo. Cuando he viajado a España,
al regreso les cuento de su tierra, que estuve en tal pueblo, y se
emocionan. Una viejita que estaba ciega, siempre me pedía que le
leyera una carta en catalán que le habían enviado, y cada vez que
lo hacía, lloraba…Otra me contaba que se vino de España a los 17
años detrás de un amor, nunca más supo de sus padres, o la que –sin
buscarlo- se reencontró en Chile con un novio que se había quedado
luchando en la guerra civil. A una residente le pregunté una vez por
qué siempre estaba tan contenta, y me dijo que se sentía plena, que
tuvo una vida feliz y que se alimentaba de sí misma… Hay tantas
historias. Uno aprende a valorar la vida. Muchas expresan también su
tremenda pena de no volver a sus raíces, de morir lejos”, concluye esta
socia.
Paulina Olivares no lleva tanto tiempo en esta misión solidaria. “Solo
estoy hace siete años y para mí ha sido un reencuentro con el mundo
del adulto mayor. Yo viví con mi abuela y mi bisabuela, así es que
recuerdo mis tiempos de niñez. Lo que uno pueda entregar y devolver
la mano, es poco. El trabajo que han realizado las voluntarias más
antiguas ha sido maravilloso. Hay que aprender de ellas”.
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Varias socias realizan esta labor solidaria,
que cuesta abandonar, y esperan que
nuevas integrantes se motiven. “El hogar
entrega mucho más de lo que uno da”, es
una frase que las interpreta a todas.
Pilar Sancho dejó el voluntariado en 2011, por problemas de salud,
pero sus 17 años como presidenta y otros tantos como voluntaria, no
los olvida. De vez en cuando escucha en su computador el himno al
hogar que compuso Ángela Zagrado, “una de nuestras artistas”, dice, y
se entera por amigas de lo que sucede en el establecimiento de calle
Alcántara.
“Fueron años maravillosos, hay recuerdos inolvidables, como la
celebración de un vals en el gimnasio, donde las señoras mayores
bailaban con alumnos de la escuela, y los señores, con alumnas de
octavo básico, todos vestidos para la ocasión; un encuentro de dos
generaciones irrepetible… O cuando participamos en el sueño de
un grupo de residentes de volver a España antes de morir. La edad,
el costo del viaje y el cuidado que requiere un adulto mayor lo hacían
impensable. La mano de Dios puso la oportunidad… Aragoneses,
asturianos, catalanes, madrileños… El ir a dejarlos al aeropuerto fue un
sueño… O el taller de literatura, donde mediante sus escritos expresan
sus sentimientos. Hay varios tomos con ese trabajo… Recuerdo
también el internado, que les dio protección, cariño y educación a
tantos niños, y las becas de estudio… La instalación de la peluquería,
para amononar a las residentes; o la cafetería, para compartir con las
visitas… Todo ha sido un aporte”, recalca, esperanzada en que la labor
del voluntariado siga dando frutos.
Y justamente, por estos días el hogar está abocado a una campaña
para dar a conocer este trabajo. “Estamos abiertos a quienes quieran
aportar ideas en torno al adulto mayor, o deseen conocer el hogar
por dentro”, puntualiza María Elena Calvo, quien asiste cada jueves
y trabaja como voluntaria en el taller solidario. “Hacemos ramos para
Semana Santa, rosarios para el día de la madre, bufandas tejidas y
armamos frazadas. Lo pasamos muy bien y hasta los hombres tejen”,
puntualiza.
La invitación entonces a conocer el Hogar Español, a cargo de la
Congregación Madres de Desamparados y San José de la Montaña,
queda lanzada.