Revista EESPAÑOL 19 | Page 14

Hogar Español 102 años han transcurrido desde que Margarita Ferrer –con visión y vocación humanitaria- fundara el Hogar Español de Santiago, creado inicialmente para “cobijar a hijos de españoles indigentes”. Años más tarde se modificaron los estatutos, agregándose un anexo para “ancianos españoles abandonados, o con carencias materiales, afectivas y de salud”. Con la colaboración de buena parte de la colonia hispana, en 1935 compraron los terrenos de calle Alcántara, en Las Condes, para construir el edificio donde funcionan en la actualidad, siendo la institución filantrópica más longeva de Chile. Por sus pabellones, salones y jardines han pasado cientos de abuelos -valentes, semivalentes y postrados- y otro número importante de voluntarias. En su mayoría, socias del Estadio Español dedicadas a darles momentos de alegría y acompañamiento, además de festejar cumpleaños e inventar innumerables fiestas. “El día de los postres, el día de la madre, que pasamos agosto, llegó la primavera, las fiestas patrias, la Navidad, en fin. Todos los meses hay alguna celebración”, explica Gloria Iriondo, presidenta de este grupo femenino desde hace dos años. Una de las voluntarias antiguas es Ramona Asensio, quien a poco de llegar de Valladolid, en 1963, se sumó al contingente de colaboradoras. “Participo desde 1965; me encanta ir y siempre he pensado que voy a terminar mis días allí. ¡Qué mejor, si lo conozco tanto! Son todas unas viejitas muy majas”, señala, y aclara que varias residentes son menores que ella. “Tengo 90 años, pero me siento con energía y ganas de seguir ayudando. Cuando no puedo ir, me da mucha pena; para mí también es una entretención. Voy todos los lunes, un par de horas”. Una de las actividades preferidas es el bingo, según esta voluntaria. “Todos quieren jugar. Llevamos galletas, dulces y a veces monedas de chocolate. Nos esperan y lo disfrutan. Se ponen tan contentos de ganar y se concentran en el juego”, indica esta socia, quien ha visto partir a muchos residentes a los que ha acompañado. “A uno le da pena, pero es la ley de la vida”. Rosa María Escandón lleva casi 40 años en este voluntariado, al que llegó gracias a una amiga que le buscaba una actividad para mitigar su pena. “Yo había perdido un hijo, que es lo peor que puede pasar en la vida. No conocía este hogar y me ofrecieron la oportunidad. Nunca terminaré de agradecérselo. Puedo estar un día bien pachucha –como decimos en España- pero igual voy, me animo, y mientras tenga fuerzas no lo dejaré”. Para ella, el sentido del humor es la clave. “Soy de las que les cuento cosas curiosas y si logro una sonrisa, me quedo feliz”, comenta Rosa, de 77 años, quien a los 15 años llegó desde Madrid. Anécdotas tiene muchas, y elige esta para compartir: “Un día yo estaba cantando los números del bingo, se abre la puerta y se ve una silueta chiquitita, como un punto en medio de dos carabineros gigantes, deben haber sido los más altos de la institución. La pequeña era la madre María Adela, que murió hace pocos meses. Entra y nos cuenta que les estaba mostrando el hogar. ¡Menos mal!, exclamé yo, y les pedí que por favor no nos fueran a multar por usar de casino las instalaciones. Entre risas, los carabineros nos prometieron que no nos clausurarían el garito. Todos nos reímos de buena gana. Como decía el Reader`s Digest, la risa es un remedio infalible”, señala. Gioconda Bassi cumple este año tres décadas usando el delantal blanco con cuello escocés rojo, distintivo de este voluntariado. Recuerda que en 1988 fue “a mirar cómo era esto de ayudar y quedé maravillada. La satisfacción es para uno. Muchas tienen la costumbre de dar besos en las manos, como agradecimiento, y eso me sobrecoge mucho. Pensaba jubilar este año, pero todavía no se me olvidan las cosas ni me flaquean las piernas”. Coincide en que el bingo es uno de los momentos favoritos para los residentes. “A veces se ponen reacios a leer la cartilla. Ponen cualquier excusa. Los hombres son más tímidos, porque son una minoría, pero terminan contentos. Casi todos participan. Algunos hasta se ponen peleadores y porfiados. Yo ayudo en kinesiología, donde hacen ejercicios simples, suben y bajan peldaños, por ejemplo Hay que estar pendiente de que no se caigan. Uno les da la seguridad de que los está cuidando”.