Hogar Español
102
años han transcurrido desde que Margarita Ferrer –con
visión y vocación humanitaria- fundara el Hogar Español
de Santiago, creado inicialmente para “cobijar a hijos de españoles
indigentes”. Años más tarde se modificaron los estatutos, agregándose
un anexo para “ancianos españoles abandonados, o con carencias
materiales, afectivas y de salud”.
Con la colaboración de buena parte de la colonia hispana, en 1935
compraron los terrenos de calle Alcántara, en Las Condes, para
construir el edificio donde funcionan en la actualidad, siendo la
institución filantrópica más longeva de Chile.
Por sus pabellones, salones y jardines han pasado cientos de abuelos
-valentes, semivalentes y postrados- y otro número importante de
voluntarias. En su mayoría, socias del Estadio Español dedicadas a
darles momentos de alegría y acompañamiento, además de festejar
cumpleaños e inventar innumerables fiestas. “El día de los postres, el
día de la madre, que pasamos agosto, llegó la primavera, las fiestas
patrias, la Navidad, en fin. Todos los meses hay alguna celebración”,
explica Gloria Iriondo, presidenta de este grupo femenino desde
hace dos años.
Una de las voluntarias antiguas es Ramona Asensio, quien a poco de
llegar de Valladolid, en 1963, se sumó al contingente de colaboradoras.
“Participo desde 1965; me encanta ir y siempre he pensado que voy a
terminar mis días allí. ¡Qué mejor, si lo conozco tanto! Son todas unas
viejitas muy majas”, señala, y aclara que varias residentes son menores
que ella. “Tengo 90 años, pero me siento con energía y ganas de seguir
ayudando. Cuando no puedo ir, me da mucha pena; para mí también
es una entretención. Voy todos los lunes, un par de horas”.
Una de las actividades preferidas es el bingo, según esta voluntaria.
“Todos quieren jugar. Llevamos galletas, dulces y a veces monedas
de chocolate. Nos esperan y lo disfrutan. Se ponen tan contentos de
ganar y se concentran en el juego”, indica esta socia, quien ha visto
partir a muchos residentes a los que ha acompañado. “A uno le da
pena, pero es la ley de la vida”.
Rosa María Escandón lleva casi 40 años en este voluntariado, al que
llegó gracias a una amiga que le buscaba una actividad para mitigar
su pena. “Yo había perdido un hijo, que es lo peor que puede pasar en
la vida. No conocía este hogar y me ofrecieron la oportunidad. Nunca
terminaré de agradecérselo. Puedo estar un día bien pachucha –como
decimos en España- pero igual voy, me animo, y mientras tenga
fuerzas no lo dejaré”. Para ella, el sentido del humor es la clave. “Soy de
las que les cuento cosas curiosas y si logro una sonrisa, me quedo feliz”,
comenta Rosa, de 77 años, quien a los 15 años llegó desde Madrid.
Anécdotas tiene muchas, y elige esta para compartir: “Un día yo
estaba cantando los números del bingo, se abre la puerta y se ve
una silueta chiquitita, como un punto en medio de dos carabineros
gigantes, deben haber sido los más altos de la institución. La pequeña
era la madre María Adela, que murió hace pocos meses. Entra y nos
cuenta que les estaba mostrando el hogar. ¡Menos mal!, exclamé yo,
y les pedí que por favor no nos fueran a multar por usar de casino las
instalaciones. Entre risas, los carabineros nos prometieron que no nos
clausurarían el garito. Todos nos reímos de buena gana. Como decía el
Reader`s Digest, la risa es un remedio infalible”, señala.
Gioconda Bassi cumple este año tres décadas usando el delantal
blanco con cuello escocés rojo, distintivo de este voluntariado.
Recuerda que en 1988 fue “a mirar cómo era esto de ayudar y quedé
maravillada. La satisfacción es para uno. Muchas tienen la costumbre
de dar besos en las manos, como agradecimiento, y eso me sobrecoge
mucho. Pensaba jubilar este año, pero todavía no se me olvidan las
cosas ni me flaquean las piernas”.
Coincide en que el bingo es uno de los momentos favoritos para los
residentes. “A veces se ponen reacios a leer la cartilla. Ponen cualquier
excusa. Los hombres son más tímidos, porque son una minoría, pero
terminan contentos. Casi todos participan. Algunos hasta se ponen
peleadores y porfiados. Yo ayudo en kinesiología, donde hacen
ejercicios simples, suben y bajan peldaños, por ejemplo Hay que estar
pendiente de que no se caigan. Uno les da la seguridad de que los
está cuidando”.