El olvido la condena, los recuerdos la cárcel
Natalia Barriga Gómez.
Juan vive en la carrera principal de un pueblo grande. Edicio gris, piso tres, puerta dos.
Juan es un hombre alto y delgado, de postura encorvada como quien protege su pecho del
puñal. En su cabeza hay poco cabello. En sus manos parece asomarse una enfermedad, tal
vez sea párkinson.
Juan cada día sale temprano de la puerta dos, baja tres pisos y sale del edicio gris.
Mira para los lados antes de emprender camino hacia cualquier lugar. Con pasos azarosos
y mirada nerviosa Juan se aleja del edicio gris, del piso tres y de la puerta dos, y a su interior
deja una casa habitada por fantasmas.
Juan se encontrará con amigos, se tomará un café, dará un paseo, volverá a tomarse un café
y después unas cervezas, si hay más amigos hay más charla, si no los hay se sentará en algún
lugar a esperar que pase el tiempo. Juan llegará al edico gris en las horas de la noche y en
muchas ocasiones, de la madrugada. Juan procurará tener la conciencia alterada por el licor,
subir tres pisos y abrir la puerta dos. Lo que pasa después de que Juan cierra la puerta no está
muy claro todavía. Juan seguramente tambaleará mientras camina por el corredor, se ayudará
de las paredes para no caer y así, alcanzará a llegar a su cama. Al fondo se oirá una tos grave
pero lejana, o un ruido extraño, o el sonido de alguien despertándose. Juan apurará el paso,
se tirará en su lecho y con las cobijas tapando su cuerpo y su rostro se quedará dormido.
El proceso se repite casi que diariamente aunque hay pequeñas variaciones. Un día
Juan puede escuchar el sonido de un quejido, o el arrastrar de unas pantuas con el mismo
ritmo con que su esposa caminaba cuando se despertaba. Otro día, puede escuchar los
movimientos de su mujer en la cocina cuando le preparaba café; también puede escuchar
el sonido de su respiración fuerte y quejosa, agravada por su enfermedad. Es más, Juan, puede
escuchar la voz de su mujer llamándolo, al igual que lo hacía unos días antes de morir. Por eso
Juan saldrá de la puerta dos, bajará tres pisos y saldrá del edicio gris. Mirará para los lados
antes de emprender camino hacia cualquier lugar. Con pasos azarosos y mirada nerviosa
Juan se alejará del edicio gris, del piso tres y de la puerta dos.
La forma en que Ilda –esposa de Juan- se movía por la casa, el ritmo con el que caminaba,
los sonidos que provocaban sus movimientos y su enfermedad, la forma en que se paseaba
de un lado a otro, sus palabras y sus silencios fueron una sentencia para Juan. Todo olía y se
escuchaba como ella, porque los recuerdos son como fantasmas que van susurrando y
agelando a quien los oye. Juan escapó del edicio gris, del piso tres, de la puerta dos y detrás
de la puerta, una casa habitada por fantasmas. Su nueva casa ya no queda en la calle
principal de un pueblo grande, queda en una calle angosta, en un edicio verde, en el piso
dos, en la puerta uno. Después de los días de mudanza llegó el orden y el silencio, y en el
silencio escuchó nuevamente el sonido de un quejido, el arrastrar de unas pantuas con el
mismo ritmo con que su esposa caminaba cuando se despertaba y los movimientos en la
cocina cuando le preparaba café.
Juan no ha sido el único, hubo ya, una mujer en el mismo edicio gris, piso cuatro, puerta un
o, que fue sentenciada por sus recuerdos. También se alejó del edicio gris, piso cuarto, puerta
uno, buscó otro lugar con más espacio y menos evocaciones, pero allí también se encontró con
su amado fantasma y con una inscripción pegada en la puerta: “si el olvido es una condena,
los recuerdos son la cárcel”.