Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 8

Juan Montalvo L 6 os legisladores han conclui- do las leyes: el último día re- visten de facultades extraor- dinarias sin término al dios de los dioses, toma cada cual su mula de alquiler, y, el delito en el corazón, la infamia en el rostro, las alforjas al anca y el empleo en la faltriquera, se reparten por provincias y ciudades. Saliéndose aun de la órbita de ellas, el rey de los trogloditas no arrepen- tidos, es dictador: su dictadura, es modesta; para desterrar a los bue- nos; para sepultar a los mejores en prisiones; para llevarse a su casa los caudales públicos; para gravar con nuevos impuestos a la agricultura, la industria; para celebrar contratos en los cuales se favorece él mismo con medio millón de pesos; para quitar a los planteles de educación sus rentas naturales; para ceder las aduanas a los cómplices, como le manden su parte equitativamen- te; para ninguna cosa mala. Y este cumplido troglodita está haciendo cada día una cruel amenaza a los ecuatorianos. «Me he de ir, dice; me he de ir a Europa, en donde saben apreciarme. Ingratos: me he de ir; en Francia me quieren; en Inglate- rra conocen y reconocen mis mé- ritos; en Alemania tengo vara alta: me he de ir». ¿Y en España, Ignacio de los Pa- lotes...? ¿Y en Madrid...? ¿y en la ca- lle del Arenal...? ¿y en el hotel de las Cuatro Naciones, no te saben apre- ciar, no te conocen tus méritos, no te quieren? Sí te quieren, para alojar- te en los pontones de Cartagena o dar contigo en la Carraca. Testigo el marqués de Acapulco, don Maria- no del Prado, con quien te mandó afectuosas memorias el italiano Juan Borella. No te vayas: las requisito- rias están en París, te echan mano. Puedes irte, el niño: le ablandarás al de Madrid con un buen por qué de unto de Méjico; pues para algo han de ser los quinientos mil pesos que te tienes por ahí, amén de los seiscientos mil que te vayan a caer del cielo por el ferrocarril de Yagua- chi. Puedes irte, amigo, y goza de las consideraciones y el amor que te profesan en Europa. ¡Llorad, ecuatorianos, se va! De- rretíos en lágrimas, se fue. Los es- quilmos de vuestras haciendas esta- rán seguros, las alhajas de vuestras hijas no correrán peligro, la vajilla yacerá en su alacena: llorad. Un ne- gro con lanza, un cholo cualquiera con gorra no os insultará en la calle, un jefe beodo no os cubrirá de in- jurias, un rufián de servicio no os llevará a la cárcel: llorad. Vosotros, periodistas; vosotros, jueces; vosotros, profesores y ca- tedráticos. Llorad. Llorad, ya no tendréis quien os confisque vuestra imprenta, quien os castigue vuestra justicia, quien os reprenda vuestra enseñanza, llorad. Clérigos, llorad: ya no os sepul- tarán en húmedas mazmorras, ni os pondrán grillos perpetuos, ni os ha- rán firmar escritos infames el puñal al pecho. Llorad, sastres, carpinteros, za- pateros, vuestras hechuras no os serán defraudadas, ni ocurriréis peligro de ir al cuartel, si tenéis la avilantez de reclamarla. Estudiantes, jóvenes que an- siáis por ilustraros, llorad, se va don Alonso el Sabio, se va el Albusense: llorad. Se va Tritemio, se va Santo Tomás de Aquino. Poetas, se va Mecenas, se va Au- gusto, llorad. Se va Cristina de Sue- cia, se va Luis XIV. Llorad, agricultores, se va Olli- ver de Serres, se va Enrique, el pro- tector del trabajo y la industria. Maestros de la escuela, llorad, se va el dueño de vuestras rentas, se va. Matronas de alta guisa, llorad: se va el yerno codiciado. Niñas de quince abriles, se va el novio pre- tendido: llorad. Llorad ninfas, se va el Silfo. Ná- yades de las fuentes napeas de los bosques, dríadas y amadríadas, llo- rad: se va el Amor, el Genio de los fantásticos placeres. Llorad, Musas, se va Apolo. Flores, llorad: se va el fresco, blan- do Céfiro. Pan del hambriento, vino del se- diento, vestido del desnudo, qué no era ese San Carlos Borromeo ceñi- do de invicta espada. Enseña al que no sabe, da buen consejo al que lo ha menester, visita a los enfermos, con la bolsa en la mano, para meter allí lo que encuentra en sus santas peregrinaciones, si gargantillas de perlas, si cucharas de plata. Llore- mos compatriotas, lloremos, se va nuestro libertador, nuestro civili- zador, nuestro benefactor. Ingratos, ¿no lloráis? Oh corazones broncos, oh pechos áridos, oh almas de al-