Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 79
De tal suerte, cada uno de
los filmes de Fellini pasó a ser
la historia de una idea original
que, una vez realizada, concluía
en algo muy diferente: «Yo no he
creado un sistema, no puedo ha-
cer escuela», supo admitir, como
justificándose. Por eso no es ex-
traño que su trayectoria registre
oscilaciones entre esas joyas titu-
ladas I vittelloni, La strada o La
dolce vita, pasando por propues-
tas destacables pero más des-
parejas como I clowns y Ginger
y Fred, para luego tropezar con
otras bastante desafortunadas al
estilo de Casanova, a la que él sin
embargo consideraba su película
«más madura y valiente».
«¿Y si esta fuera la caída fi-
nal de un cochino farsante, sin
olfato ni talento?», se pregun-
ta el atribulado cineasta Guido
Anselmi, encarnado por Mar-
cello Mastroianni, en medio de
la crisis de inspiración que mo-
tiva Ocho y Medio. A su alrede-
dor, deambulan espectros de su
pasado y de su presente; musas,
productores, esposas, técnicos y
amantes que pugnan por un lu-
gar de realidad en torno a la ver-
dad de su protagonista. Que no
es otro que ese farsante llamado
Federico Fellini, que un cuarto
de siglo después de su partida
sigue conquistándonos con la
sinceridad de sus embustes.
La lengua popular
Todo artista que se precie de genuino, por más embustero que pueda ser, tiene en la lengua
popular un deseable destino de eternidad. Las canciones que, basadas en melodías célebres, se en-
tonan en las protestas callejeras o en los estadios de fútbol, son un buen ejemplo de ello: indican,
de un modo tan claro como rotundo, que la comunidad las ha hecho suyas.
En el caso de Federico Fellini, ese aporte se verifica de dos maneras. Primero, el propio título
de una de sus películas, La dolce vita (La dulce vida), se ha vuelto sinónimo habitual de quien vive
una existencia despreocupada o relajada. Pero lo que no tanta gente sabe es que de ese mismo filme
proviene también la costumbre de llamar papparazzi a los fotógrafos de la farándula: el singular de
ese término, papparazzo (gorrión), es el apodo de un personaje de la obra, fotógrafo desde luego.
Otra mentira fellinesca que se ha vuelto verdad, a fuerza de circular de boca en boca.
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