Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 43

co. Solo tenía los ojos para mirar a Marilia. Para mirar sus pezones y sus nalgas o imaginar cómo eran. Ahora no sé si será bueno mante- ner ese recuerdo. Ahora ya nada me importa. No como antes. Como en aquel tiempo cuando Camilo y yo íbamos a la casa de Oliveros a ven- der el café. Y como la primera vez que Marilia y yo estuvimos solos. Debe haber sido cosa del diablo. Él se encargó de alejar a Oliveros. De alejar a los negros. Esa tarde se me habían entrado en el cuer- po unas ganas tremendas. Yo creo que a Marilia también. Entonces fue mía toda aquella carne. Toda aquella piel fina. Todo aquel des- nudarse y sudar desde dentro. Todo aquel morirse despacio en la cama de Marilia. En la cama de Olive- ros. Uno llega a olvidar que no es así como deben ser las cosas. Uno llega a creer que algo como eso no va a tener consecuencias. Y es que de andar y andar por la vida se le ponen a uno las cosas de una for- ma. O se le ponen de otra. Y uno tiene que escoger entre dos cami- nos que llevan al mismo destino. Es entonces que uno se equivoca y escoge el camino más corto. Ese que se encuentra fácil con los ojos. Y cierra uno los ojos para no ver que ha equivocado el camino. Los cierra uno y cree que es el corazón el que lo va guiando. Porque tiene que haber sido eso lo que yo creía cuando se me ocurrió matar a Oli- veros. Matarlo de verdad. Quitarlo del camino. Son cosas de dejarse llevar. Voces que le llegan a uno a veces. Gritos de pezones duros como rocas que resuenan en la ca- beza y le dicen a uno: Mátalo, mata a ese viejo de mierda. Y yo solo podía hablar de eso con Marilia. Aconsejarme con ella. Porque uno tiene que saber si está bien o está mal para dormir sereno. Para no andar por ahí con esas cosas en la cabeza. Y Marilia pensaba lo mis- mo que yo. No estaba bien eso de dejarse manosear por un viejo. Eso de acostarse cada noche con él. De esperar el amanecer como una sal- vación para el cuerpo. Eso me decía Marilia en la cama. Me decía un Te quiero y yo entendía Mátalo. Me dejaba caer una lágrima y yo casi lloraba también. Casi, digo, porque yo no soy hombre de andar lloran- do por nada. Yo las cosas las resuel- vo rápido y me ahorro la lágrima que pueda salir. Así andaba yo en ese tiempo. Yo andando y pensando y comiéndome de rabia cuando lle- gaba con Camilo a la casa de Olive- ros y me encontraba a Marilia con aquellos ojos que me decían Hasta cuándo. Me comía por dentro con aquellos ojos mirándome. Ahora no puedo decir que todo fue idea de Marilia. Ahora todo se me confunde en la cabeza. Quizá fui yo mismo el de la idea. Aunque Camilo me ha dicho que no. Ha dicho que Marilia lo tenía todo planeado. Ella y los negros. Y yo creo que esas son cosas de Camilo. Cosas de quien no conoce bien a las mujeres. No puede ser que todo lo de Marilia conmigo haya sido mentira. Y no puedo creer que se haya ido con los negros. Con el dinero de Oliveros, y con el mío. No tengo cabeza para pensar en esas cosas. Ahora no. Ahora lo que hago es fijarme bien dónde pon- go los pies para no resbalar con las piedras sueltas del camino. Camilo y yo vamos delante. Nos detene- mos para mirar las luces del pue- blo. Para rascarnos. Y para esperar por Oliveros. Él viene lejos todavía. Viene despacio. Viene bajando con no- sotros por este trillo de las cabras. Trae cien libras de café robado so- bre los hombros. Es café maduro que va chorreando su miel. La miel le rueda por la espalda y le llega hasta el culo. Pero Oliveros no se rasca. No maldice. Debe ser porque a esa edad ya nada importa. O debe ser cosa del diablo, digo yo. Emerio Medina (Mayarí, Holguín, Cuba – 1966) Estudió Ingeniería Mecánica en Uzbekistán, Unión Sovié- tica. Ha incursionado en el cuento y la novela. En 2005 se publicó su primer libro: Plano secundario, y en 2007 vio la luz su segundo título: Las formas de la sangre. Con Rendez-vous nocturno para espacios abiertos obtuvo el Premio de la Ciudad de Holguín 2006; con el relato Los días del juego, el Iberoame- ricano de Cuento Julio Cortá- zar 2009; y ese mismo año el Premio UNEAC de Cuento Luis Felipe Rodríguez por su volumen Café bajo sombrillas junto al Sena. En 2011 obtuvo el Premio Casa de las Améri- cas por su libro La bota sobre el toro muerto; Premio Alejo Carpentier 2016 por el libro La línea en la mitad del vaso. 41