Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 20

Profecía Se intoxicarán de tristeza los gusanos cuando yo muera. 1967 Historia de un hombre cualquiera 18 El grito inaugural fue al atardecer de un desangre enorme, en la vecindad del mar que guarda en silencio sus peces muertos. Seguramente me desveló, igual que a otros niños de aquella época, el vuelo nocturno de extraños pájaros. Y empecé a conocer jardines marchitos a la misma hora que lactaba leche solidaria y me arrullaba el llanto de todas las madres. Por entonces el cielo reflejaba la sombra del árbol maldito que deshojó letales cenizas en la tierra. Quién sabe en qué grieta de la soledad hice la primera trinchera de mi infancia. En qué instante el abismo de mi hermano traumatizó mi alma. Cómo supe del precio del amor. Y empezó a hincarme la espina del recuerdo. Cuál de los inviernos humedeció para siempre el itinerario de mi sangre. Yo sólo recuerdo que iba a la escuela a la hora precisa que el viento hace la siesta. Y una tristeza vestida de niña me hacía señas de lejos. Una tarde cuando recogí el cadáver de un caracol sin padre descubrí mi vocación por el llanto. Desde entonces tengo la costumbre de visitar la casa de los pájaros, peinar la hierba que crece desolada y salir por las noches a buscar abrigo para la lluvia. Mientras tanto la vida ha ido mostrándome sus cartas, yo subiendo, inútilmente, la cuesta, —que es alta—, pagando desde el nacimiento; enloqueciendo con insomnios y preguntas del tamaño de la muerte. Bebiéndome la última gota de esperanza y sangrando la hora más amarga del planeta.