HUMO
Tobías Von Messel
Habito la ciudad de las humaredas. La ciudad de los gases verdes
donde corren nieblas cuyos brazos me ahorcan. Siempre termino en
una avenida viendo carroñas que devoran carroñas.
Habito la ciudad de los ojos tristes en la que siempre se mira atrás,
en las que cruzar de un extremo a otro no es más fácil que pasar
entre aquellas dos rocas
(las dos rocas que te leí la otra noche)
Te escribo sin tinta en tiempos donde todo es más barato si no es real
(te hablo de virtualidad)
Te escribo sentado en una silla que se cae
Todo
c
a
e
(todo acaece)
Escribo porque qué más queda, escribo cuando el clima me deja, un
clima que ya no depende de un Dios
(solo hay uno, solías decirme)
O de una ciencia que lo determine
(tú y tu tecnología, cantabas a diario)
Depende de lo que otros quieran, del humor con que despierten, del
arsenal que esté disponible, del jefe de turno, del ricachón que se
queje, de lo que diga la vibración del bolsillo
(tu bolsillo, en cambio, sólo recibe buenas señales)
Escribo y el humo crece y me aprieta, un humo que se sienta sobre
mí y se ríe, y me mira con cara de gorila, con ojos que no se dejan
ver, ojos que de seguro no existen, o que quizá sólo transmiten
v [] i
[] o
Eso, sólo eso.
Yo me he quedado con el humo. Un humo que permanece. Un humo
que extirpa espíritus. Si es que existen. Porque ya sólo existe el
humo, y nosotros lo distraemos.
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