Revista Cantera Dec. 2015 | Page 36

36 todo el día con el Excel calculando ganancias, pérdidas, estimaciones. Mensuales, trimestrales, semestrales, anuales. Presentaciones de Power Point que me muestra orgulloso cada noche. Así van a quedar las instalaciones, miamor. Este es el complejo que estamos construyendo, así será la subestación eléctrica. Lo llaman de la planta en Punto Fijo para decirle que los transformadores dejaron de funcionar y que mañana tiene que ir para allá a repararlos como director del proyecto que es. El más joven de la empresa, se deja crecer la barba para parecer mayor. Si no, no te toman en serio, amor. Le toca despedir al ingeniero de obras, un cincuentón muy religioso con tres hijas y una hipoteca que lleva quince años en nómina. Lo que haga falta. Y no importa porque el jefe le tiene mucha confianza, ve en Pablo el futuro de su empresa. De vez en cuando le suelta algún hueso. El como un perro contento menea la cola, se pone a dar vueltas, ladra. No sé bien por qué pero con el tiempo nuestro grupo se fue haciendo cada vez más reducido. La gente se emparejaba o entraba en rehabilitación o se iba a probar suerte en Europa. En un año cinco despedidas. Madrid, Londres, París, Buenos Aires, Barcelona. Para cada una fiesta y buenos deseos. Todos sabíamos que no iban a lograr nada. Ya casi no me queda nadie con quien caerme a pases, empalmar un fin de semana seguido. Francisco era el único en seguirme el ritmo pero se puso serio después de que se acordó de Jesucristo. Un día llegó y me dijo ya no voy a drogarme más, debo salvar mi alma antes de que sea demasiado tarde. Tú deberías hacer lo mismo, el infierno te aguarda si sigues por esta senda de pecado. Ahora me toca jalarme sola. Soy la reina del espacio infinito en mi cáscara de nuez. Esta es mi burbuja, de aquí no me saca nadie. Como la vez que tuve que subir sola a Petare a buscar droga barrio adentro. Llevaba tres días enrumbada, no conseguía por ninguna parte. Un jíbaro en Baloa me dijo allá arriba, mamita. Me le quedé mirando. Ah no, si no me vas a creer te quedas sin perico. Ni de vaina. Vamos, pues. Subí con él. Interminables las escaleras y los niños que salían de las casas y se me quedaban mirando. La cabeza me daba vueltas, estaba mareada, sudaba frío. Esa mierda tenía más escalones que la Sagrada Familia, o sea. Subí y subí y los ranchos eran cada vez más y más cochambrosos. Cemento, ladrillo y cinc. Paredes sin terminar, cabiyas sueltas, techos amarrados con alambre, puertas que no abrían a ninguna parte. El cielo parecía una cerca, cruzado de cables superpuestos, amarrados a postes de madera medio caídos. Todo crecía desordenado, como el monte. Filtraciones, grietas, agujeros. C