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todo el día con el Excel calculando ganancias, pérdidas, estimaciones.
Mensuales, trimestrales, semestrales, anuales. Presentaciones de
Power Point que me muestra orgulloso cada noche. Así van a quedar las
instalaciones, miamor. Este es el complejo que estamos construyendo,
así será la subestación eléctrica. Lo llaman de la planta en Punto
Fijo para decirle que los transformadores dejaron de funcionar y que
mañana tiene que ir para allá a repararlos como director del proyecto
que es. El más joven de la empresa, se deja crecer la barba para parecer
mayor. Si no, no te toman en serio, amor. Le toca despedir al ingeniero
de obras, un cincuentón muy religioso con tres hijas y una hipoteca que
lleva quince años en nómina. Lo que haga falta. Y no importa porque el
jefe le tiene mucha confianza, ve en Pablo el futuro de su empresa. De
vez en cuando le suelta algún hueso. El como un perro contento menea
la cola, se pone a dar vueltas, ladra.
No sé bien por qué pero con el tiempo nuestro grupo se fue haciendo cada
vez más reducido. La gente se emparejaba o entraba en rehabilitación o
se iba a probar suerte en Europa. En un año cinco despedidas. Madrid,
Londres, París, Buenos Aires, Barcelona. Para cada una fiesta y buenos
deseos. Todos sabíamos que no iban a lograr nada.
Ya casi no me queda nadie con quien caerme a pases, empalmar un fin
de semana seguido. Francisco era el único en seguirme el ritmo pero
se puso serio después de que se acordó de Jesucristo. Un día llegó y me
dijo ya no voy a drogarme más, debo salvar mi alma antes de que sea
demasiado tarde. Tú deberías hacer lo mismo, el infierno te aguarda si
sigues por esta senda de pecado.
Ahora me toca jalarme sola. Soy la reina del espacio infinito en mi
cáscara de nuez. Esta es mi burbuja, de aquí no me saca nadie.
Como la vez que tuve que subir sola a Petare a buscar droga barrio
adentro. Llevaba tres días enrumbada, no conseguía por ninguna
parte. Un jíbaro en Baloa me dijo allá arriba, mamita. Me le quedé
mirando. Ah no, si no me vas a creer te quedas sin perico. Ni de vaina.
Vamos, pues. Subí con él. Interminables las escaleras y los niños que
salían de las casas y se me quedaban mirando. La cabeza me daba
vueltas, estaba mareada, sudaba frío. Esa mierda tenía más escalones
que la Sagrada Familia, o sea. Subí y subí y los ranchos eran cada
vez más y más cochambrosos. Cemento, ladrillo y cinc. Paredes sin
terminar, cabiyas sueltas, techos amarrados con alambre, puertas que
no abrían a ninguna parte. El cielo parecía una cerca, cruzado de cables
superpuestos, amarrados a postes de madera medio caídos. Todo crecía
desordenado, como el monte. Filtraciones, grietas, agujeros. C