hueca de académicos y críticos de literatura. Qué voy a hacer yo en
esa universidad, cuyo centro cultural más importante es una feria de
comida donde burguesitos en ciernes hablan de sus carros y sus jevas
mientras se empapuzan sánduches de Subway o hamburguesas de
Wendy’s. Olvídalo, yo tengo integridad artística.
Pablo quiso acompañarme.
En realidad sí que eran fastidiosos los recitales universitarios. Ese
puñado de poetas torpes, con barros por toda la cara, nerviosos porque
era la primera vez que mostraban sus composiciones al mundo. Aulas
mínimas donde cinco bobos aplaudían cada vez que uno terminaba con
su afectada declamación. Yo toda jalada fantaseando con quitarme la
blusa, recitar mis poemas con las tetas al aire. A ver si así al menos
ocurría algo memorable. Pero nada, estaba tan cagada como los demás.
Después Pablo y yo comimos en Subway, transgrediendo con aquel acto
el desprecio de Carlos por los sánduches corporativos.
El perico te hace olvidar el miedo escénico. Dos pases antes de salir al
escenario y olvídate de las miradas de los demás.
Qué vaina la irritación en las fosas nasales.
Y cómo detesto ese intervalo maldito en que toda fiesta pierde intensidad.
Cómo me ladilla ese momento en que la nota empieza a desaparecer
y recuerdas lo verdaderamente aburrida que es la vida. Regresa la
gravedad, el tiempo vuelve a transcurrir con su ritmo habitual, los
nervios se recomponen, llegan señales al cerebro, experimentas cosas
tan vulgares como el tránsito intestinal. A partir de ahora, ninguna de
mis notas tendrá bajones.
Don’t believe in yourself. Don’t deceive with belief. Knowledge comes
with death’s release.
Carlos y su encendido mitin contra el racionalismo, el utilitarismo,
el materialismo, y las demás versiones reduccionistas de la realidad
que no nos dejan percibir la poderosa energía universal y espiritual
que reluce en cada hoja de hierba, que se oculta tras cada uno de los
mágicos instantes de la existencia. Lorca decía que solo el misterio
nos hace vivir, solo el misterio. Y Rimbaud tenía razón, somos otro, la
verdadera vida está en otra parte. Habitamos el bosque de símbolos
baudeleriano, inmersos en la interconexión absoluta de Thoreau. Todo
es uno y uno es todo. Sencillo, profundo, como un poema de Whitman.
Hasta el gordo fascista de Borges nos invitó con su Aleph a huir de este
mundanal ruido de celulares y carros y Facebooks y seguir con Fray Luis
la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo
han sido. Carlos lo entendió. Comprendió que el sistema nos empuja
a creer que necesitamos cosas superficiales y luego nos hace sentir
fracasados cuando no las alcanzamos ¿No lo ves? Es una conspiración
de las grandes corporaciones. Desde hace años somos capaces de usar
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