había llenado con el suyo el culo de Maxi. Acabaron bañándose en el
mar. El primer rayo del amanecer calentando sus cuerpos desnudos.
En nuestro grupo todos follamos con todos.
Hacia dónde vamos, dice mi papá. Por qué el Señor se ha olvidado de
nosotros. Mi papá es medio fascista.
El perico te acelera pero te hace más lenta.
Empecé con la fotografía en la Escuela, un ejercicio para una clase.
Ahora quiero ser fotógrafa. Se lo conté a mi papá y me regaló la Canon
6D, con los objetivos y el software más caro. Yo prefiero el Zeiss 50
mm porque desenfoca un montón el fondo, hoy están muy de moda los
primeros planos con contexto ambiguo. Después vino la ref lex Leica
del 76, que pegaba tan bien con mi chaqueta vintage morada. Mi mejor
foto es una de Carlos sacándole feedback al amplificador, mientras el
Roro toca el ukelele al borde de la tarima. Llevo ya varias series, un par
de exposiciones en restaurantes. Pero no sé si esto es lo que quiero. Soy
fotógrafa con herramientas pero sin inspiración. Tengo los medios, no
la energía. Como cuando quise ser poeta, actriz, diseñadora de modas.
Gracias de todas maneras, papá.
No sé qué hacer con mi vida.
Al menos no soy como Ana, que desmenuzaba lo poco que se iba a llevar
a la boca y contaba las calorías y los carbohidratos compulsivamente.
Todos en el colegio la vimos crecer para quedarse niña, desarrollarse
para involucionar. Su papá se fue a vivir con una secretaria veinteañera,
su mamá se ahogó en un mar de ginebra y Lexotanil. Pobrecita, al final
no era más que un saco de huesos, un esqueleto con forro transparente
que escondía los vómitos en bolsas dentro del clóset. La última vez
que la vi me dijo que quería hablar conmigo, que era importante. Me
dio fastidio en ese momento calarme el melodrama. Al día siguiente
estaba muerta.
Lo bueno de la cocaína es que te mantiene f laca.
Porque solo yo conozco las pequeñas historias detrás de las canciones
de Carlos. Idilio sifrino y Otoño en Altamira. Sabrosas anécdotas sobre
borracheras de sangría y anís y el piano que estaba a mano y la melodía
que después fue tema que después fue disco.
Carlos amaba la poesía. Largas noches abrazados en la cama, debajo
del ventilador de mi cuarto, rodeados de mis libros, buscando en ellos
esas revelaciones siempre próximas que nunca llegan a producirse. La
poesía es el arte del casi. Igual que el perico.
Un pase. Otro pase. Cinco horas comiendo techo.
Cuando fuimos a la clínica yo no paraba de llorar. Carlos tenía cara de
fastidiado. En algún momento medio me acarició la mano. No quiso
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