lo hacen. Ciudadano, muéstreme la licencia. Todos parados a un lado
de la carretera, mirando el pavimento, bajo una valla enorme en que
aparece la simpar Mujercerveza. Estamos temblorosos porque el carro
es del papá de Francisco, si lo llaman vamos a caer todos. Un niño que
pasa en una camioneta se caga de risa al vernos. Uno de los policías
se me queda mirando, me doy cuenta de que con esta franela se me
traspasan burda los pezones. Me tapo con las manos, el policía sonríe.
Cuando los pacos encuentran la ganja y las bolsas y los frascos de
jarabe, sabes que te van a matraquear y lo hacen. Les damos el dinero
y los celulares y las cámaras. Prosigan, ciudadanos.
Carlos fumaba piedra a veces. El crack es para los iluminados, decía.
Si llueve esta noche vamos a tener que desmontar las hamacas y
compartir la carpa. Nos va a tocar dormir abrazados o no dormir y
besarnos y manosearnos y chuparnos hasta que sol aparezca.
Avenida Boyacá, de este a oeste.
Mi poemario se iba a llamar A pesar de tu santa cólera. Me parecía
que el título era lo suficientemente atractivo. Representaba con
claridad mi intención de una poesía conversacional, ref lexión sobre
la agresividad de la cultura urbana contemporánea. Claro, esto es lo
que iba a responder en la entrevista. Me imaginaba en la sección de
cultura de algún periódico, citando mis inf luencias, mis intereses,
mis intenciones. Una foto mía con el pelo suelto y los lentes negros de
montura gruesa. 5 años trabajando 15 poemas, agregando, corrigiendo,
incorporando oscuras referencias literarias, alusiones a la era digital
mezcladas con misticismo solipsista pero sin tono mesiánico. Hasta
que el perico me dejó muda. Es raro porque con perico hablo mucho.
La que mucho abarca poco aprieta.
No sabría decir con exactitud cuándo las cosas empezaron a ponerse
raras entre Carlos y yo.
Crece en las húmedas tierras de Bolivia, si tienes suerte. Atraviesa
artesanales procesos de producción. La siembra, la recolección, el
kerosén, los pies de algún mugriento niño campesino, la pasta, la
piedra, los alijos, la travesía nocturna, la montaña, la selva, la carretera,
la frontera, la ciudad, el barrio, el corte, el talco, el bicarbonato, las
bolsitas y de ahí a las manos del jíbaro que espera tu llamada para
llevártela a tu casa y por tu nariz hasta la cabeza. El proceso es limpio
y preciso. Tú no lo ves pero sabes cómo funciona. El hecho de que no
lo veas lo hace incluso más interesante. Como el petróleo que sale de la
tierra y se transforma en gasolina y alimenta mi carro y me acelera esta
noche que voy jaladísima a 160 por la autopista. Ese espasmo helado
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