Revista Cantera Dec. 2015 | Page 19

antes el joven Gurdjieff de la mano de Peter Brook; Osama se arrodillaba en algún lugar de Boston o Nueva York, usando su reloj suizo y saudita para orientarse en dirección a La Meca; el cadete Hugo Rafael se aprestaba a bailar con una quinceañera un popular mosaico de Billo Frómeta (La marina tiene un barco / La aviación tiene un avión / y allá vienen los cadetes en correcta formación); y nosotros hacíamos el amor, quisiera recordar que desaforadamente, en tu residencia cuando tu compañera estaba visitando a su familia en Maracay, o en el apartamento de mis viejos cuando estaban trabajando o se iban para la playa a pasar el fin de semana. Claro, es injusta esta comparación porque seguramente este trío de hombres notables –Silvester ben Chávez– que nunca se encontraron también hacían el amor y a lo que quería llegar era al tema afgano, que usualmente ocupaba parte de nuestras discusiones acompañadas por cervezas y chistorras en Sabana Grande, o por cervezas y costillitas agridulces en el chino de Los Chaguaramos, en las que también participaban el gocho Abreu, mi tocayo Sergio (que me llamaba Serguei ique para diferenciarnos, como si no fueran suficiente su gordura y adequismo galopante, aunque era buena gente), Elelé y su novia, Laurita, tan delgada siempre, tan callada y sonreída, como si ya entonces supiera. Pero eso no viene al caso, al menos no durante esas noches en que pasábamos de la política nacional a la universitaria y de allí a la internacional y a lo que parecía la catástrofe rusa. Increíble que un país que había apoyado al tío Ho en la mayor derrota externa infligida al imperio norteamericano en toda su corta pero avasallante historia de expansión y dominio mundial, se empantanase casi de inmediato en el desierto afgano. Abreu y tú, sin ser prosoviéticos, tendían a disculpar las acciones rusas mientras mi tocayo y yo simpatizábamos con la guerrilla local, islámica y con un dejo romántico que nos hacía asociarlos, salvando las enormes distancias, con Lawrence de Arabia –O’Toole of course– y sus árabes comandados por Omar Sharif. ¿Sabías que tocayo es una palabra de origen náhuatl? ¿Te imaginas un sitio donde coincidan dos carajos llamados Huistipozotli? Elelé (mento) y Laurita nos escuchaban hablar de las matanzas en Kabul manteniendo una posición aparentemente neutral, aunque Elelé –que cuando se ponía radical pasaba a llamarse Olepé, o Elepé, si le pasaba en una fiesta– era de ascendencia libanesa, mirista como yo aunque de otra célula, pues nosotros funcionábamos distinto a ustedes y estábamos separados por escuelas, y él estaba en sociología, donde también era conocido como Omar y no ocultaba una fuerte inclinación por la poesía. Sacaba irregularmente y gracias al multígrafo de nuestro centro de estudiantes Designfreebies Magazine • www.designfreebies.org • 19 19