LA
REPÚBLICA
DE
FÉNNELLY
J esús M iguel S oto
I
nventamos la República de Fénnelly un martes por la tarde en el apar-
tamento de Alberto mientras los viejos caobos de la ciudad eran des-
hojados sin piedad por una lluvia feroz que sacudía los cristales. Hacía
varios meses, durante un concurso televisado de belleza, habíamos con-
versado sobre la idea de inaugurar un territorio propio, despojado de los
códigos éticos, estéticos y mercantiles reinantes.
En principio barajamos la posibilidad de fundar una sociedad
secreta o un partido en el que sus miembros asistieran a sesiones regu-
lares para debatir sobre temas puntuales, tomar decisiones con la apro-
bación de la mayoría, aplicar sanciones por indisciplina o desacato,
nombrar y remover juntas directivas, elaborar estatutos, planes estraté-
gicos y cincelar en letras cobrizas una agenda de proyectos y otra de
promesas.
Pero la lógica o, quizá un dejo de ambición, nos hizo reflexionar
que los alcances de un partido o de una sociedad eran limitados y que
estaban supeditados a legislaciones, instancias y dinámicas superiores
que acabarían condenándonos a sus leyes, por lo que lo más propicio
era sin duda crear una nación en la que luego madurarían diversas insti-
tuciones, partidos, grupos, sectas, clubes y demás actores sociales.
Una vez que los cinco estuvimos de acuerdo en fundar nues-
tra propia República, consideramos que el primer paso era establecer
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