Revista Calderón | Page 54

aquella acude a don Fernando, absorto en ese momento en dos graves hechos: determinar si Lope, amigo y sobrino suyo, es culpable de la muerte de don Diego, hermano de don Juan, su futuro y e r n o . , y, e n s e g u n d o l u g a r, averiguar si es el culpable de haber agraviado a doña Ana, dama víctima del frecuente engaño amoroso. A pesar de esto, don Fernando emplaza a su hija y a la criada, para que lo ayuden en sus propósitos. Asistimos entonces a una escena en la que las dos mujeres escuchan en un segundo plano al tiempo que don Fernando ―escrito en mano― interpela a don Lope acerca de los agravios que se el atribuyen, confirmando éste la muerte accidental de don Diego que, a su vez, era también su amigo y admitiendo de igual modo su incumplimiento amoroso con doña Ana, puesto que su padre se opone a su relación. Quedan así planteadas dos ofensas: una de sangre y otra de honor, de las que don Lope sale siempre bien librado, porque, independientemente de sus declaraciones pundonorosas, cuando llega el momento culminante de chocar las espadas –técnicamente, el riesgo trágico-, don Fernando no tiene ningún inconveniente en demorar el duelo entre don Juan y Lope,