aquella acude a don Fernando, absorto en ese momento en dos graves
hechos: determinar si Lope, amigo y sobrino suyo, es culpable de la muerte
de don Diego,
hermano de don
Juan, su futuro
y e r n o . , y, e n
s e g u n d o l u g a r,
averiguar si es el
culpable de haber
agraviado a doña
Ana, dama víctima
del frecuente
engaño amoroso.
A pesar de esto,
don Fernando
emplaza a su hija y a la criada, para que lo ayuden en sus propósitos.
Asistimos entonces a una escena en la que las dos mujeres escuchan en
un segundo plano al tiempo que don Fernando ―escrito en mano―
interpela a don Lope acerca de los agravios que se el atribuyen,
confirmando éste la muerte accidental de don Diego que, a su vez, era
también su amigo y admitiendo de igual modo su incumplimiento amoroso
con doña Ana, puesto que
su padre se opone a su
relación. Quedan así
planteadas dos ofensas: una
de sangre y otra de honor,
de las que don Lope sale
siempre bien librado,
porque, independientemente
de sus declaraciones
pundonorosas, cuando llega
el momento culminante de
chocar las espadas –técnicamente, el riesgo trágico-, don Fernando no
tiene ningún inconveniente en demorar el duelo entre don Juan y Lope,