Revista Calderón Revista 2017-18 | Page 36

Senil. Cuento corto ¿V endría? Revolvía el espresso de forma desganada, la elástica crema rojiza bailaba al son de mi cuchara. El movimiento monótono y acompasado me mantendría distraído mientras esperaba. Quizás. Alcé la taza de porcelana blanca colocada con mimo sobre una mesa de ébano elegante y discreta, sin ningún diseño estrafalario o “moderno” como le gusta decir ahora a la gente. Dejó un círculo de agua condensada tan pronto como la levanté. Miré por la ventana empañada y vi a un viejo de cara apesadumbrada y más arrugada que una pasa, con un fondo tristón; nublado y lluvioso. Buscó entre los recovecos de su bolsillo veneno del malo, del que te venden en paquetes de a veinte. Al rato se abrió la puerta. De la noche se asomó una cabeza, unos ojos cansados por la vida se clavaron en mí. Un pie se adelantó, le seguía el otro. Vestía... parecía que llevara puesto el invierno encima. El asiento de cuero se quejaba mientras el humo inundaba la sala. Noté el frio del acero en mi mano y el hervir de mi sangre. Dos vacíos negros, inexpresivos, inexplicables ¿me miran siquiera? Me sentía al borde del acantilado y el morbo por tirarme y ser tragado por la nada se propagaba por todo mi cuerpo. Soy yo el que tiene el control. Soy yo el que apunta. Entonces, ¿por qué duda el gatillo? ¿Por qué me mira todo el mundo? Se hundía mi corazón con cada latido en un mar de barullo. ¡Dejad de gritar! ¡Dejad de gritar! Por favor, dejad de gritar. Ya no. Los ojos. Habían dejado de mirarme. Esos vacíos negros, carentes de vida. Le habían levantado de su yugo martirizante, liberado de sus cadenas. El metal le abría el camino, sus pies lo seguían. Rasgó la noche y se fundió con ella. Envuelto en su manto, creía ya distantes sus preocupaciones. Pesadas pisadas patrocinan su llegada, rompiendo el silencio. Le están siguiendo. Le deben estar siguiendo. Maman de sus pensamientos profundos, los que originan cuando está a solas, cuando no tiene quien les haga callar. Allí. Allí estaban, anclados en él. Agujeros sin fin, incrustados en una figura encorvada. Invitándole a saltar. Parecían encontrarse dentro de una vitrina. Un rayo alumbró el escaparate, el antes desdibujado cuerpo se le plantó nítidamente en la cara. Los ojos se llenaron de vida. Le estaban mirando a él, curiosos. Ya no eran abismos. El destello se consumió entre las tinieblas, que agradecieron la vuelta a la calma. El paisaje, de nuevo, a oscuras. 36