Revista Aula Magna Diciembre 2013 | Page 8

ISMA - Instituto Superior Marista A-730 Aula Magna Nº 17 Sí, fueron fieles hasta el final. Y en su fidelidad, las víc•mas triunfaron sobre sus verdugos: éstos les quitaron su vida, pero no pudieron impedirles que fueran coherentes con la vida que habían decidido abrazar libremente. Hubieran podido exclamar, como lo hizo Mar•n Luther King unos años más tarde: Diremos a los enemigos más rencorosos: A vuestra capacidad para infligir el sufrimiento opondremos la nuestra para soportarlo. A vuestra fuerza •sica responderemos con la fortaleza de nuestras almas. Haced lo que queráis y con•nuaremos amándoos; no cooperaremos con el mal, pero tened la seguridad de que os llevaremos hasta el límite de nuestra capacidad de sufrir. Un día ganaremos la libertad, pero no será solamente para nosotros... nuestra victoria será una doble victoria. En contra de las apariencias, descubrimos que ser fiel hasta la muerte es un camino de libertad y no de servidumbre; es una victoria y jamás un fracaso. PERDÓN Cuando uno lee los relatos de los mar•rios de nuestros hermanos se sorprende por la violencia ejercida sobre personas indefensas y pacíficas, cuya vida estaba al servicio de los demás. La historia de la humanidad nos ofrece, de vez en cuando, muestras de cuán crueles pueden ser las personas. Y, sin embargo, en esos mismos momentos, como réplica a la violencia por parte de quienes la sufren, vemos florecer también lo mejor del corazón humano. Resulta conmovedor recordar las palabras de perdón en labios de nuestros már•res, como Jesús que, desde la cruz, suplica al Padre: Perdónales, porque no saben lo que hacen. Si a la violencia se le responde con más violencia, se entra en un círculo vicioso que, indefec•blemente, lleva a la destrucción. El perdón, en cambio, con•ene en sí la potencia de quebrar ese círculo destruc•vo y abrir espacios para la reconciliación. Como cris•anos, abrazados por la ternura de un Dios que es amor, creemos profundamente en el amor sin condiciones como único camino para la humanidad; esa es la Buena Nueva de la que debiéramos ser portadores, especialmente con nuestra vida. Como decía Pablo VI: La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el tes•monio… Supongamos un cris•ano o un grupo de cris•anos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de des•no con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este tes•monio sin palabras, estos cris•anos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresis•bles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este tes•monio cons•tuye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. FIDELIDAD y PERDÓN. Dos ac•tudes vitales que pueden conver•r a todas las personas de buena voluntad en semilla y fermento de un mundo mejor: ¿seremos capaces de incorporarlas a nuestra propia vida? Ante el tes•monio de nuestros hermanos már•res, quizás más de una persona se pregunte cómo hubiera actuado, de estar en su lugar: ¿habría optado realmente por la fidelidad y el perdón, como lo hicieron ellos? A ese propósito, Monseñor Tonino Bello decía de sí mismo, con ironía: Si ser cris•ano fuese un delito y yo fuese llevado ante un tribunal acusado de ese delito, sería absuelto por falta de pruebas. Encomendémonos mutuamente a la protección de nuestros Beatos, de manera que cada uno de nosotros pueda decir, retomando las palabras de Tonino Bello: Orad por mí, de manera que si de veras ser cris•ano fuese un delito, se me encuentre con tantas evidencias, que no haya ningún abogado dispuesto a defenderme. Y entonces, finalmente, compareceré ante los jueces como reo confeso del delito de seguir a Cristo, con todos los agravantes de una reincidencia genérica y específica. Así obtendré la anhelada condena. A muerte. Mejor dicho, a vida. 8