Revista Aula Magna Diciembre 2013 | Page 6

ISMA - Instituto Superior Marista A-730 Aula Magna Nº 17 mamá aconseja a su hijo grande como si fuera todavía un niño. Nosotros también, ya somos grandes y por eso sabemos comprender consejos de nuestra Madre Iglesia. La obligación de asis•r a misa, por ejemplo, era un modo de inculcar la importancia de la celebración eucarís•ca. Pero no nos movemos hoy por obligaciones pedagógicas sino por mo•vaciones personales. Los tres sueños maristas Marcelino Champagnat tuvo un sueño. Todos los santos han sido grandes soñadores, como Don Bosco sobre la Patagonia. San José, esposo de la Virgen, fue el primero. Cuando una noche se recostó sobre su mochila, esperando la oscuridad cerrada para abandonar Nazaret sin que lo advir•eran, se quedó dormido. El evangelio nos dice que era un hombre “justo” o santo y por eso decidió alejarse de María, su prome•da, respetando un embarazo que no comprendía. Se perdería en la Diáspora judía. Aquella noche, recostado sobre su mochila, tuvo un sueño. Yo creo que soñó con María que le pedía que la acompañara. Y no dudó. Desarmó la mochila y fue a buscarla y llevarla a la nueva casita que venía construyendo. Dije que Champagnat tuvo un sueño. Diría que, en realidad, fueron tres sueños, cada uno dentro del anterior, como los cuentos de Las mil y una noches. El primero fue el de Marcelino, que cobró forma cuando tuvo en sus brazos al joven Montagne, moribundo. El segundo sueño es el de los Hermanos maristas, fundados por Marcelino. Siendo fieles al carisma fundacional, soñaron su propio sueño. Se independizaron de la rama de los sacerdotes maristas y desarrollaron un formidable proyecto educa•vo, mirando a los chicos pobres, sin excluir a los otros. La can•dad de már•res maristas en España, muchos de ellos ya bea•ficados, son como el broche de oro de este segundo sueño. El tercer sueño nació con el Concilio Va•cano II. La Congregación marista tuvo muchos cambios, como el dejar la sotana. Pero lo importante es el cambio interior. No sólo cambiaron las normas. Surgió otro espíritu, el del Concilio. Vivimos en una Iglesia que es comunidad familiar, antes de ser una sociedad perfecta, con leyes y autoridades. En una Iglesia abierta al mundo y no enclaustrada, a la defensiva. Buscamos construir puentes hacia los que están alejados, y no murallas para protegernos. Deseamos dialogar con los de otras Iglesias y religiones, para luchar juntos por la paz. Creemos que un mundo mejor es posible, donde no haya niños desnutridos ni afligidos. Y la aplicación de los derechos del niño cons•tuye una forma moderna de enriquecer el sueño fundacional de Champagnat. La familia marista Algo caracterís•co de este tercer sueño es la ampliación de la comunidad marista. Junto a los Hermanos consagrados, con votos de pobreza, cas•dad y obediencia, están los laicos de la familia marista, varones y mujeres, solteros y casados. Con frecuencia hay vínculos laborales; son co-laboradores. En otros casos hay relaciones de amistad. Están los bienhechores de las obras maristas, los papás que nos con#an sus hijos, los de Qui•lipi, que esperan nuestra visita. Lo común a la familia marista es la espiritualidad que nació con Marcelino. De ella se alimentan los “Hermanos azules”, en Siria, un grupo de Hermanos, laicas y laicos, todos con el uniforme azul de la época de Champagnat, que procuran darles de comer y algunas clases a chiquitos abandonados en medio de esa guerra feroz. De Marcelino heredamos la inclinación a soñar. Los jóvenes que egresan de nuestros colegios e ins•tutos superiores se llevan un diploma bajo el brazo, que es co•zado como un pasaporte internacional. Pero sobre todo se llevan, en el corazón, el sueño de prestar un servicio a la sociedad. La reciente Asamblea General de la congregación marista, reunida en el Hermitage, la casa madre construida con el sudor de Mar celino, tuvo como lema: “Despertar la aurora. Profetas y mís•cos para nuestro •empo”. Es otro modo de decir: seamos soñadores. El profeta Isaías soñó que el león comía pasto junto con el cordero. Algún compañero le habrá explicado que no es posible, que el león no fue creado para ser vegetariano. A Marcelino también intentaron explicarle que su sueño no tenía los pies en la •erra. ¡No nos expliquemos a nosotros mismos que un mundo mejor no es posible! En la actual familia marista es donde más se aprecia el genio femenino. El papa Francisco dice, en el documento citado: “Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garan•zar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral»[72] y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales” (n.103). Una presencia femenina “más incisiva” en la Iglesia. ¡Qué desa#o para la familia marista! No esperemos las órdenes del papa o de los obispos. Son ellos los que están esperando nuestras inicia•vas. Francisco nos ayuda a vivir el tercer sueño, recostados en la mochila del caminante, como san José, porque todos somos peregrinos y nos preocupan, como a Marcelino, los que se van quedando atrás. * El autor, sacerdote jesuita, es profesor de Doctrina Social de la Iglesia en la Facultad de Teología de San Miguel, perito de la Comisión Episcopal argen!na de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso, profesor en el curso de Valores Religiosos, vicario de la parroquia San Mar"n de Porres y capellán en el colegio marista Manuel Belgrano. 6