cualquier cosa para comprar alcohol.
El radio, los muebles, o cualquier
cosa de valor, cuando ya no quedaba
nada más, vendió la parcela de terreno
donde sembraban para la familia.
Viviendo con él, Rosy estaba
angustiada. No era la familia que se
había imaginado. No era ocasión rara
que llegara a casa borracho y que
desquitara sus enojos al mundo con
su familia. Su carácter era fuerte y
mandativo, quería las cosa muy rápidos
y hechas a su manera únicamente.
Era particularmente exigente con
la comida, y ella no sabía ni podía
cocinar. Tampoco la dejaba jugar
ni salir con nadie ni a ningún lugar
Siempre las trataba mal, no quería que
Rosy estudiara, le decía “las mujeres
solo deben de estar en la cocina y
buscando marido.”
Cuando tomaba, ella y su mamá
escondían los machetes y los cuchillos,
o cualquier cosa que tenía el potencial
de herirlas. Sin embargo, lo mejor era
esconderse de él.
Sus propios padres y hermanos se le
alejaban lo más posible porque los
golpeaba sin lástima. Todos le temían
por su carácter bravo y el daño que
causaba. Rosy, su hermana y su mamá
buscaban refugio en la casa de su
abuela materna, la única persona al
que él le tenía miedo. Pero su papá no
se rendía. Cuando no estaba su abuela,
llegaba a buscar a su mujer y le pegaba.
Sin advertencia, algunos días, llegaba
a casa tomado y no tenían tiempo de
esconderse; las golpeaba.
A veces su madre la defendía, pero
al hacerlo él desataba toda su furia
ante Rosy. Su hermanita tampoco
era inmune a sus golpes cuando lo
provocaban. El castigo de su madre
era ver frente a sus ojos como hería
a sus hijas. Algunos días, los golpes
venían en puños de palabras. Le decía
a Rosy que no era su hija, y aunque no
actuaba como un padre, el rechazo le
dolía. Su mamá siempre le aseguraba
que él sí era su padre, ella era su único
consuelo.
En el cafetal, la cara de su madre
brilla con una sonrisa al sentir a su
hijo moverse adentro de su panza. Al
aquietar el movimiento en su vientre,
su sonrisa se reduce a una cara de
aflicción cuando recuerda que hace
pocos meses yacía en el suelo golpeada
al punto de abortar.
Unos cuantos días después de aquella
tarde en los campos de café, a las siete
de la mañana nació un varón hermoso
con ojos tiernos y piel clarita. El primer
niño de la familia y tan dulce.
Rosy estaba eufórica por tener un
hermanito, le encantan los niños y
lo adora a él aún más. Al verlo jugar
en una tarde tibia Rosy se dio cuenta
que tenía la sonrisa más bonita de la
familia. Delgado y tierno, adora estarse
riendo y jugando; le llena de amor y
cariño el corazón a su hermana. Aún
así, Rosy no puede dejar esa pequeña
duda que sus enojos y lloriqueos son
más que berr