cuerpo dando vueltas y vueltas. Me aferré a
su cola para mantener el equilibrio, pero la
fuerza de la sacudida me hizo caer al suelo.
Incluso cuando me bajé de su espalda,
continuó su estampida, y el animal no esperó
mucho tiempo para aplastarme. Me convertí
en un pedazo de papel, magullado por su
increíble peso. Justo cuando pensé que se
había asentado, este tiró una patada letal en
mi trasero y me lanzó encima del tejado. El
bullicio despertó a mis padres, y me desmayé
segundos después.
Tal vez fue por mi idiotez o mi curiosidad que
me encontré en esta situación años después.
Mientras vagaba por las calles del barrio de
Pueblo Libre en Lima, noté un poste de acero
inoxidable estacionado en la esquina de la
calle. Tenía un pequeño mango que sobresalía
y olía a cáscara de plátano podrido.Me aparté
del grupo para observar mejor su rareza.
Por alguna razón, tuve la ingeniosa idea
de meterme en el compartimiento oscuro
pensando que sería una especie de diversión.
Contorsioné mi cuerpo en todas formas: mis
rodillas estaban dobladas ligeramente y mi
cabeza se estiró en un ángulo incómodo. Me
quedé allí por lo que pareció una eternidad
antes de concluir que estaba hastiado. Cuando
empujé la abertura de donde había entrado,
el metal gimió y de repente me encontré
cayendo libremente.
Cuando aterricé, los plásticos desechables se
acumularon en mi tez quemada y un grupo de
gaviotas me comenzaron a perseguir. Escapé
del vertedero de basura y pasé por el poste
que decía “Gestión de Residuos”.
Luego de estos incidentes, mis padres me
obligaron a ponerme un traje de plástico de
burbujas. Este no me permitió hacer muchas
actividades más que sobresaltar cada vez que
se estallaba una de estas burbujitas. Un dia,
me caí de las escaleras y todas las burbujas se
reventaron, produciendo un sonido horrible.
Todo lo que pude ver fue la rociada de mis
venas yugulares ... demasiada sangre ... Mis
ojos se enfocaron en el reloj colgado en lo alto
de la sala. Mientras la manecilla de segundo
se movía, se burlaba de mí con la indicación
de que me quedaba muy poco tiempo. Poco
a poco, me sentí alejarme cada vez más de la
casa y acercarme de la luz blanca rogándome
que acudiera a ella.
Ya era hora y lo sabía así. Con mi último
aliento solté una carcajada ¡Qué manera de
morir!
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