puño & letra Summer 2017 | Page 12

texto: ENRIQUE ZEGARRA Del hoyo a la luz una historia migratoria basado en hechos reales C recí en un pueblo pequeño no muy lejos de la ciudad. El hogar era una sencilla obra de adobe elevada con el apoyo de cuatro estacas de madera. Había agujeros en el techo, donde esporádicamente nos empapábamos con el ácido de la llovizna contaminada por la vida urbana. Vivíamos al lado de un río. Ahí, a diario veía a jóvenes nadando en sus profundidades y a madres lavando la ropa en la orilla. Era de un precioso verde oscuro, y era nuestro único recurso de agua, pero muy contaminado por los desechos humanos de las ciudades más cercanas. A diario se eternizaban las horas que pasaba entre ir y regresar al colegio a dos kilómetros de mi comunidad. Sólo había un maestro para los seis grados de la primaria y utilizábamos ladrillos como asientos. Un día unos representantes de la UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) llegaron para dar una charla en el colegio. Aprendí que a los niños más estudiosos los reconocían con becas para universidades prestigiosas. En ese momento, supe la importancia de obtener buenas notas, alcanzar una buena educación y lograr mi meta de convertirme en un Ingeniero Agrícola. Quería ayudar a mis padres quienes cultivaban maíz. Lo más difícil para ellos era que cada año se endeudaban con el Banco Agrario con la esperanza de que pronto vendría una cosecha mejor que les permitiría pagar sus deudas. Sin embargo, ese año hubo una sequía y los cultivos se murieron y los terrenos fueron embargados por el banco. Cuando retornaba del colegio mi papá me cuidaba y justo antes que durmiera se sentaba al lado mio y rezabamos. Mi mamá tenía sus dudas de mi padre. Habían ocasiones cuando regresaba por la madrugada oliendo a cerveza y las riñas entre mis papas se escuchaban mientras yo dormía. Sus embustes no los creía nadie. Una tarde, salí temprano de la escuela porque había vomitado. Cuando entré a mi choza, escuché los gemidos de otra mujer resonar por las paredes de madera. Salí corriendo sin saber adónde iba y me eché debajo de un árbol por la orilla y dejé las lágrimas correr por mi tez. La delincuencia por falta de trabajo trabajo aumentó dramáticamente en mi vecindad. La inseguridad que nos rodeaba, finalmente cobró la vida de mi papá. Entré en una depresión profunda. Hallar a mi madre arrodillada destrozaba mi alma, con sus manos agrietadas cubriendo su rostro para esconder las lágrimas que vertían sin parar. Se quedaba muda para esconder su melancolía y desesperanza. Tras días de desaparecido, el cuerpo de mi padre fue encontrado mutilado en el río que colindaba con nuestra choza. Tenía terror de salir por las noches, asustado de los grupos delincuenciales que recorrían los barrios apropiándose de linderos ajenos como suyos. Las balaceras me despertaban por las madrugadas y presentía que alguien tumbaría la puerta para hacernos dano. Después de unos días, escuché a hurtadillas a mi madre conversando por teléfono con mi tía Aurora, quien vivía en Nevada, Estados Unidos. Estaba platicando sobre la decisión de viajar al Norte, no por anhelos de lujos económicos sino por escapar del hoyo en que vivíamos y encontrar la oportunidad de un estilo de vida “normal”. Nos despedimos de la gente, mis amigos y familiares para emprender nuestro viaje hacia el Norte. Antes de llegar a la frontera, mi madre había coordinado con unos guías, gente sin escrúpulos y sin piedad. Viajamos con un grupo de veinte personas. Al principio, habíamos tomado un bus, luego eran largas caminatas nocturnas en el frío del desierto. Ocasionalmente nos escondíamos detrás de los pozos cuando detectábamos a la migra. Me había caído tantas veces durante las noches que lagrimeaba por el dolor y el miedo que algo o alguien se acercara a mi o mi madre y nos hiciera daño. No pasó mucho tiempo hasta que llegamos a los Estados Unidos, pero se sintieron las horas como décadas. Mi mamá había pagado con los pocos ahorros que teníamos, al llegar nos enfrentamos a lo desconocido y con muchas ambiciones de una vida mejor. Después de unas semanas, me matricularon en una escuela pública secundaria y la vergüenza se apoderó de mí. Deseaba desaparecer del aula ya que se me hacía difícil interactuar y hacer amigos. Me di cuenta que lo que había oído de aquella tarde en mi pueblo no era lo que yo imaginaba. Mi habilidad y conocimientos estaban frustrados y turbados porque no veía cómo expresarme en el nuevo idioma y no comprendía lo que me estaban hablando. Sin embargo, el profesor de inglés me apoyó e incentivó a seguir esforzándome y no pasó mucho tiempo hasta que empecé a enten- der y a comp- render mejor al igual que hablarlo. Mientras tanto, mi mamá había encontrado trabajo en la pisca de la fruta en el campo y trabajaba de sol a sol para mantenernos. Habíamos cumplido el octavo mes, y ella se veía desmejorada y sumamente débil . Durante todos estos meses, mi mamá vomitaba a menudo y su vientre se agrandaba. No íbamos al médico porque no teníamos seguro. Temíamos lo peor y para nuestra sorpresa ella estaba embarazada. Nació mi hermanito Victor con cerca de ocho meses y medio, era prematuro. Tuvo que pasar cerca de un mes en incubadora porque estaba demasiado desnutrido y solamente pesaba dos kilos. La verdad fue un milagro que sobreviviera. Poco a poco nos fuimos estabilizando y habíamos hecho unos ahorros para celebrar la fiesta de Victor quien cumpliría cuatro años. Durante todo este tiempo, desde su nacimiento, él se mostraba retraído y ensimismado. Su mano temblaba con mucha frecuencia y no sabíamos la causa. Fuimos al pediatra y le diagnosticaron Parkinson infantil. De vez en cuando, balbuceaba las palabras y eran muy pocas las veces que mi hermano sonreía. Yo solo sollozaba porque no había cura y no podíamos hacer nada. El día de su cumpleaños, le habíamos comprado su pastel favorito. Cuando vi por primera vez su alegría, me di cuenta que sí había valido la pena llegar a este país y que luchar por él sería la motivación de mi vida. Me gradué de la secundaria y me conmovió al ver a mi hermano sentado en su silla de ruedas el día de la graduación. Ir a la universidad es algo que se espera para la mayoría de los estudiantes. Sin embargo, mis aplicaciones fueron rechazadas en muchas universidades hasta que finalmente fui aceptado en una Universidad de Georgia para estudiar enfermería. La decisión más difícil fue tener que mudar y separarme de mi familia. Los costos altos me obligaron a trabajar largas horas y muchas veces ponía en peligro mis estudios por falta de enfoque en los mismos. Mi alma se destrozó por segunda vez viendo a mi mamá esposada por agentes de ICE. La dep or t aron después que la hubieran identif- icado en una redada en su trabajo. Por DACA tengo una Autorización de Empleo y me estoy especializando como médico en un hospital de enfermedades neurológicas. Mi hermano se mantiene estable pero sé que ésta es una enfermedad degenerativa que avanza lentamente. Hoy más que nunca tengo la fortaleza y dedicación de buscar y encontrar los mecanismos para ofrecerle a Víctor una mejor calidad de vida. Agradezco a mi familia por demostrarme valorar la vida. A mi madre un abrazo, pues me instó a buscar oportunidades, y más que nada a luchar. 13