De voz en voz, la historias empezaban a brotar lentamente. Como si el robo a migrantes por parte
de los policías, el constante acoso y violencia antes mujeres, o los sobornos por parte de los coyotes
viviera en cada momento del presente: dejando una cicatriz irremediablemente permanente.
Aunque las pláticas podían ser dolorosas, la atmósfera se aligeraba por unos instantes mientras los
cuerpos bailaban ante el compás de la música. Una canción unía a tantos individuos de distintos
países, y a la humanidad que recae en cada uno de ellos. Por un momento, la falta de patria
desapareció.
Una cifra oficial para medir la cantidad de migrantes que cruzan la frontera de México/EE.UU. cada
año es realmente inexistente. Hacer un aproximado sería una burla a los tantos hermanos que se
han quedado atrás; desaparecidos. Para hacer las aguas menos turbulentas se encuentran distintos
albergues a lo largo del viaje hacia lo frontera México/EE.UU. lo cual crea una oportunidad más
para poder llegar al destino final. Los albergues se encargan de ofrecer comida, vestimenta, aseo
personal y un techo por los días que los migrantes deseen hospedarse.
Poco a poco cada uno recogió su semblante para poder dirigirse de nuevo a mar abierto. Los
recuerdo a todos despidiéndose desde el autobús con sonrisas firmes, y miradas directas. Cada
arruga de su cara marcaba un paso más en su viaje hacia la frontera.
“Ningun ser humano es ilegal.”
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