¡¡¡Dicho y hecho!!!. Entramos ilusionados en el monte pero con
sumo silencio y controlando de dónde venia el viento, ya que en
esas zonas era habitual que el viento bajase de la parte alta del
monte y cambiara de dirección en lo que nosotros llamábamos
“la hora bruja”, entre dos luces, el momento en que el sol se ponía y comenzaba la noche.
Llegué al punto donde estaba la espera y comencé a subir el arco y el pequeño equipo que llevaba y empecé a jurar en
Arameo o Árabe o yo que sé; aquel artilugio sonaba cada vez
que subía algo, iba a terminar despertando hasta a los osos y
creo que en ese lugar nunca los hubo.
Cuando subo y me coloco intuyendo la posible salida del guarro,
me doy cuenta de que el gorro de lana que me protegía mi incipiente calva, lo había dejado en la cabaña, y dije: “bueno los jabalíes no ven bien y no se cuelgan de los árboles”, con lo que
solamente con un pañuelo camuflado me cubrí parte de la cara
y a esperar.
Después de un largo rato de espera, cuando ya empieza a quedar poca luz, oigo movimientos en el monte cercano y se van
acercando hacia la posición donde estoy; por el ruido pensaba
que era algún jabalí pequeño cuando de pronto a mi derecha y
en el paso de una mata a otra veo la cola de un zorro que llevaba el camino de la baña y parecía que iba a entrar por donde yo
había intuido.
Compruebo que el aire sigue en su sitio y tenso ligeramente el