El difícil camino de regr
A veces, no hay otro camino posible que no
sea echarse a andar, olvidando el miedo...
A
ndaba
do hac
meses
en mitad del monte, esperando, como casi siempre, a nuestro anhelado ma
se jabalí. Como la noche se mostraba parca en acontecimientos, mi mente s
desenfocó con cierta rapidez, relajando la atención que había fijado en los
elementos propios de la situación que me rodeaba. Y casi de inmediato, com
podía ser de otra manera, avancé sin pausa por las largas avenidas del recue
do, por los sombríos bulevares de mi vida.
Ya no soy quien era hace un par de años. Ha cambiado mi físico, ha cambiad
mi psique, mi situación personal, y no solamente a impulsos de la edad, que
también. Mi fiel “Pontiac”, mi viejo Black Widow MAIII, del que era capaz de
extraer 72 libras, duerme silencioso en su estuche, en esa vigilia impotente
triste que aqueja a quien se siente injustamente arrumbado, herido de crue
olvido. Hace mucho que no impulsa, alegre, sus rápidos proyectiles hacia
blancos y hacia presas, porque quien habría de tenderlo, quien debería hace
le cantar su letal tonada, ya no es lo que era.
Han sido -son- tiempos duros, impíos, bárbaros para quien esto escribe. M
envolvió un horror aullante, una enfermedad terrible, un pozo espantoso lle
erizadas que quiso acabar con mi particular singladura como ser humano, co
nir bajo las estrellas, y a pique hubiera estado de conseguirlo de no ser por t
serie de afortunadas circunstancias con las que no aburriré al sufrido lector.
decir que, dos años más tarde del naufragio, este viejo bajel sigue navegand