La voz de don Quijote, de registro generalmente elevado, pasa de un tono más sobrio en
el primer episodio a una expresión, en el segundo, más ampulosa y engolada, que,
distinguida por un tanto de exageración y grandilocuencia, así como por usos arcaizantes,
consigue arrancar la risa o incluso la carcajada del lector, especialmente en dos momentos:
cuando don Quijote se dirige a la señora que viene en el coche, y en el encuentro con el
escudero vizcaíno. Como muestra de lo dicho, veamos cómo se dirige a la señora: -La vuesta
fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniera en talante, porque ya
la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y
por que no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don
Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña
Dulcinea del Toboso, y en pago del bene4icio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa
sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que
por vuestra libertad he fecho.
Sancho, que en este capítulo interviene brevemente pero con la precisión que le caracteriza,
muestra, por un lado, una voz muy propia, independiente de la de los demás personajes,
especialmente de la de don Quijote, a la que sirve, más que de contraria, de complementaria;
pero, por otro, se erige en voz común, voz de cualquiera, voz que nos suena nuestra, de
todos. Uno de los rasgos de esa voz es la utilización de la frase concisa y contundente,
penetrante, aguda, que con pocas palabras llega al fondo de las cosas, a veces marcada con
algo tan común en la conversación, en el habla de todos los días, como es la repetición, que
no mera redundancia, pues sirve para enfatizar, recalcar o advertir de algo -lo que entre las
4iguras estilísticas se conoce como poliptoton o traducción-. Lo señalado podemos
constatarlo en la siguiente intervención: -Por cierto, señor -respondió Sancho-, que vuestra
merced sea muy bien obedecido en esto; y más, que yo de mío me soy pací4ico y enemigo de
meterme en ruidos ni pendencias. O en este otro ejemplo: Mire que digo que mire bien lo
que hace, no sea el diablo que le engañe.
Otro de los sellos del habla de Sancho es el uso tan popular, también hoy, de la frase votiva,
ese encomendarse en busca de favor a las fuerzas o poderes que el hombre siente
superiores, que, en el caso de Sancho es encomendarse a Dios, a quien ha de recurrir en no
pocas ocasiones, dada la gran cantidad de desdichas, cuitas y penalidades por las que a él y a
su señor don Quijote les toca pasar. Expresiones de este tipo puestas en boca de Sancho son
la de ¡Válame Dios! o la de Dios lo haga como puede o la de A la mano de Dios.
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IIS QUI FACIT EORUM CLARITATEM.