MAGAZINE DE NEGOCIOS #14 OCT-NOV 2016 | Page 13

Los economistas deben descubrir los pecados de adulterio por decirlo así, entre los selectos grupos que dirigen la economía y los gobiernos y muchas de sus políticas, tal como el médico Roger Chillingworth en la novela La Letra Escarlata, no puede ser poco relevante que cuando existe aumentos en el PIB la mayoría de las rentas se mantienen estancadas e incluso la brecha se aumente. La indiferencia al problema de las desigualdades no obedece a un tema moral tan solo, sino de supervivencia de toda la economía.Tal y como lo señala el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en su última obra La Gran Brecha (Stiglitz, 2015), “la situación actual de desigualdad, no es un elemento inevitable, ni es consecuencia de leyes inexorables de la economía. Es cuestión de políticas y estrategias”. (2)

Y por supuesto que así es, pero los elementos motores macroeconómicos bien conocidos por cualquier alumno de primer año de cualquier escuela de economía, es la inversión y el consumo inmersos en la oferta y la demanda agregada de productos, bienes y servicios, que buscan su rol en el equilibrio y maximizar el bienestar social, en la medida que se busca el propio interés. Pero lo que no se dice o se enseña, es aquello que es nuestro mayor pecado silente y patente, al igual que la obra de Nathaniel Hawthorne, es que los grandes conglomerados existen para servirse a sus propios intereses no estando situados en el vacío, es decir que los ricos necesitan a su alrededor y a su control una sociedad funcional que sostenga sus posiciones y que todos nosotros que estamos en el sistema debemos servir y aun así, también preparar a nuestros hijos para aquello en este sistema educacional retrógrado, formar nuevos empleados y futuros nuevos endeudados y no nuevos emprendedores de ideas.

Todos somos algo de aquel reverendo Dimmesdale, con aquel pecado silente y flagelante para nuestros propios sueños y atentando incluso con nuestro propio potencial de desarrollo y felicidad. Con aquello no digo que la riqueza es mala, al contrario, buscar la riqueza es bueno pero sin la externalidad negativa a coste social, el mercado por sí solo no es capaz de encontrar la solución de maximizar el beneficio social. Parece lógico pensar y asumir a pies juntillas que “la mano invisible” de Adam Smith se ocupe de todo y de todos.

EL rol moral

de los

economistas