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Debemos cuestionar hasta dónde sirve toda esta mega eficacia cuando sabemos que estamos depredando nuestro sistema nervioso, arriesgando nuestra salud mental. ¿Si cada medalla o trofeo tiene el costo de trastornar nuestro sistema de vida, sirven de algo o son trofeos y triunfos de lo que NO debes hacer en la vida? Si tenemos que evaluar de alguna manera cómo las personas rinden más, debemos poner en cuestionamiento si es la fuerza del disfrute o de la obligación la que hace del ser humano alguien más competitivo. Se dice por ejemplo que a Mozart sus padres por las noches, le tenían que cerrar la tapa del piano con llave para evitar que se levantara a tocar. Aquí la fuerza del disfrute.

La ansiedad de rendimiento y la auto presión hacen que le demos demasiada atención a las cosas, metas y logros dejando de lado lo que realmente importa, el placer.

Los seres humanos tenemos una zona del cerebro de un tamaño importante donde se localiza el sentimiento del placer llamada Septum, evidenciando que para los seres humanos el placer tiene una especial importancia dentro sus funciones de existencia. Parece ser que a través de emociones placenteras aprendemos más y nos desempeñamos mejor, por lo tanto, el gozo de un triunfo o de una medalla está más extasiado por el grado de placer que le colocas a la experiencia, que a la hiperexigencia de ganar una competencia.

Es de suma importancia destacar el caso de la clavadista brasileña Ingrid Oliveira en los Juegos Olímpicos de Brasil 2016. Comentada fue la escandalosa noche de sexo que mantuvo con el remero Pedro Goncalves, noche que llenó de titulares los periódicos con mensajes sobre las innumerables bondades que produce este tipo de placer en el ser humano. Me pregunto, ¿alguno de nosotros podría dudar de los privilegios que tiene el placer? Me anoto con la fuerza del disfrute.

Así es como funcionamos en un mundo que nos pone en la ecuación entre hacer las cosas a través de la fuerza del disfrute o a través de la fuerza de la obligación. Cuántas veces hemos estropeado lo bueno que somos por ponernos exigentes y dejar de disfrutar tal actividad; la parálisis de la hiperexigencia anula tu sentido de placer y lo comienzas a pasar mal, parece ser que desde el minuto que te volviste exigente, rígido, frío, algo muere, anula tu creatividad y el mismo proceso ahora duele. El control excesivo, el deseo de ganar, obtener un premio, un reconocimiento, enfría algo que debe ser cálido, viste de gris lo que fue de colores, convierte tu bienestar en conflicto interior. Nadie dice que debemos relajarnos y ser hojas al viento, ambas cosas en equilibrio deben dar el resultado que buscas, pero ese resultado es personal, es el descubrimiento del punto exacto, del perfecto disfrute y la cuota de exigencia para ganar una competencia.

Jessica González Durán

Periodista

Directora de ComunRed

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