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Quizás hemos aprendido a dominar hasta cierto punto la ciencia de organizar seres humanos, asignar recursos, definir objetivos, crear planes y minimizar las desviaciones con respecto a las mejores prácticas. Quizá la mayoría de los problemas de la administración se hayan solucionado. O quizás no, ¿Qué tal que la gestión moderna no haya alcanzado el apogeo de la eficacia y, ante los desafíos que le esperan, ni siquiera este en el camino correcto.

Stuart Kauffman es uno de los biólogos teóricos más relevantes en el ámbito de la complejidad biológica en simulación de redes genéticas y evolución, se vale de la noción de paisaje adaptativo, que en este marco teórico, llevando a los sistemas a un punto de máxima adaptabilidad y así describir los límites del progreso evolutivo. Así, en la cordillera alegórica de Kauffmann los picos más altos representan los logros de la evolución, en la medida que una especie se adapta y evoluciona, remonta picos más altos y en la medida que avanza, lo que le queda por delante comienza a disminuir. Como resultado, el ritmo de la evolución se hace más lento y en un paisaje de muchas rutas posibles, es poco probable que una especie determinada pueda escalar el equivalente evolutivo del K2 o el Everest, lo más claro es que el recorrido serpenteante termine en una cima local o peñasco sombra de las montañas del horizonte.

Según Gary Hamel es esto lo que puede haberle pasado a la administración moderna, que tras evolucionar rápidamente durante el siglo XX, hoy haya conquistado la cumbre local, en vez de lograr la cima de un Everest.

Podemos señalar a los últimos 50 años de la historia de la administración o el Mamagement. Se pueden mencionar una veintena de innovaciones que sentaron las bases de la administración y lo mismo que el motor de gasolina, el modelo administrativo de la era industrial está en el último trecho de la curva en S y llegar a su límite de su posibilidad de mejorar. La pregunta es ¿Mejorar lo que existe? o ¿buscar otro modelo y esperar a mejores innovaciones?

¿Estamos satisfechos para abrir el champán de la celebración del estado de las cosas?, ¿Son tan plenas nuestras vidas laborales y son nuestras organizaciones tan infinitamente capaces que no tiene sentido esperar algo mejor? Comparado a los años 20, claro que sí, pero hoy, pues no lo creo así.

El tema acá es que aún reconociendo los logros pasados, nuestros gerentes se encuentran todavía con nuevas disyuntivas y un alud de problemas, basados muchos de ellos en las desconfianzas, que sólo crea mayores costos transaccionales, además de aprietos que ponen de manifiesto los límites de nuestros sistemas y procesos de gestión.