gios en los que la tecnología sí
funciona. Pero a veces da la sen-
sación de que son iniciativas
particulares, en colegios con
claustros muy innovadores e im-
plicados en el tema. ¿Haría falta
un impulso político importante
para que esa relación tecnolo-
gía-educación fuese una reali-
dad generalizada?
Por supuesto. Desde las adminis-
traciones hay que impulsar y dar
cobijo a todas aquellas iniciativas
que bien fundamentadas, porque
también hay mucho humo tras la
palabra innovación, quieren cam-
biar las cosas. El deber de las ad-
ministraciones es valorar si los
proyectos de innovación y trans-
formación educativa son buenos.
Y si se considera así, ayudar con
todos los mecanismos que se
tengan al alcance, que son mu-
chos: la formación del profesora-
do es esencial, como decía, pero
también me parece interesante
recompensar y reconocer el es-
fuerzo de estos profesores que
quieren ir un poco más allá, ya
sea fomentando la carrera do-
cente o incentivándoles de algu-
na manera. Y sobre todo acom-
pañar a los centros educativos,
que son los verdaderos motores
de cambio y los catalizadores de
la transformación. Un profesor
solo en un aula es muy difícil que
pueda cambiar estructuras. Un
centro educativo, sí. Y una red de
centros aún más. Por eso hay que
fomentar mucho el trabajo en
red, las redes de profesorado in-
novador, los intercambios de ex-
periencias en foros y congresos
internacionales…
32
•
mama
• ENERO 2019
“Desde las
administraciones
hay que impulsar
y dar cobijo a
todas aquellas
iniciativas
que, bien
fundamentadas,
quieran innovar
en educación”
Las principales instituciones in-
ternacionales suelen mencionar
una serie de competencias funda-
mentales para el siglo XXI. Una
de ellas es la digital. ¿En qué si-
tuación considera que se encuen-
tra la educación española en ese
sentido?
Es difícil hacer una valoración
global, pero pienso que aún nos
queda bastante camino por re-
correr. Es un deber de las admi-
nistraciones atender este aspec-
to
entendiendo
que
la
competencia digital está tipifica-
da como una competencia bási-
ca del siglo XXI. Sí es verdad que
nuestros jóvenes cada vez son
más digitales, todos ellos son ya
nativos digitales, pero eso no
quiere decir que sean competen-
tes. Todavía nos queda bastante
trecho por recorrer para cubrir el
hueco que existe entre ser nativo
digital y ser competente digital.
Necesitamos profesorado com-
petente para que forme a los ni-
ños y niñas en el uso de la tecno-
logía y sobre todo que ese uso
vaya mucho más allá del perso-
nal, sino que sea un conocimien-
to que revierta en el futuro de
los jóvenes, tanto personal como
profesionalmente.
Pese a esas recomendaciones a
nivel de competencias, cobra
fuerza una corriente educativa
que aboga por prescindir de la
tecnología, sobre todo en los
primeros años de vida de los ni-
ños. ¿La escuela del futuro tiene
que encontrar el equilibrio entre
online y offline, entre pantallas y
mundo real?
Por una parte es obvio que la intro-
ducción de la tecnología en edades
tempranas, tal y como recomienda
también la Asociación Americana
de Pediatría, tiene que ser gradual,
con un muy buen control parental y
entendiendo que el tiempo de ex-
posición a las pantallas tiene que ir
acorde con la edad de los niños.
Por eso hay que apelar siempre al
sentido común. En primer término
de las familias, que son el primer
agente de introducción de la tec-
nología. Y en segundo lugar de la
escuela, que tiene que utilizar la
tecnología siempre y cuando ésta
aporte un plus y un valor añadido a