[ LA COLUMNA FUCSIA ]
Prestar atención
Lo vivo, lo siento,
lo pienso... y a veces
lo escribo.
Echo de menos.
Peliculeo de más.
«Never explain,
never complain».
Mis hijos y yo llevamos a cabo un pequeño ritual cada vez que se van a
dormir: ellos beben agua; yo les dibujo las líneas de la cara; y todos nos
aseguramos de que tienen los peluches con los que duermen. La otra
noche, al acostar a Bruno, mientras ajustaba el edredón para que no pa-
sara frío, encontré su imprescindible elefante a los pies de la cama. Se lo
acerqué sin más y él, que llevaba un rato buscándolo, dijo con una sonrisa
en la cara:
—Te das cuenta de todo, mamá.
En ese momento fui yo la que no pudo evitar sonreír. Especialmente por-
que al señalarlo él demostró que también se da cuenta de las cosas. Esto
que me dijo Bruno sobre la capacidad de observación es lo que la filóso-
fa francesa Simone Weil llama atención, la madre de todas las virtudes. El
libro Biografía del silencio de Pablo D’Ors, un breve ensayo sobre el si-
lencio y la meditación al que acudo de tanto en tanto por lo balsámico
de su lectura para mí, cuenta lo siguiente:
«Durante el primer año, estuve muy inquieto cuando me sentaba
a meditar: me dolían las dorsales, el pecho, las piernas… A decir
verdad, me dolía casi todo. Pronto me di cuenta, sin embargo,
de que prácticamente no había un instante en que no me
doliera alguna parte del cuerpo; era solo que cuando me
sentaba a meditar me hacía consciente de ese dolor.
Tomé entonces el hábito de formularme algunas pre-
guntas tales como: ¿qué me duele?, ¿cómo me due-
le? Y, mientras me preguntaba esto e intentaba
responderme, lo cierto era que el dolor desapa-
recía o, sencillamente, cambiaba de lugar. No
tardé en extraer de esto una conclusión: la pura
observación es transformadora; como diría Si-
mone Weil –a quien empecé a leer en aquella
época–, no hay arma más eficaz que la atención».
Prestar atención es mi manera de estar en el
mundo. Observar me conduce al asombro, y hay
pocas cosas que me hagan más feliz que dejarme
asombrar. Mirar y sonreír, esa es la clave para la
transformación según Pablo D’Ors: justo lo que
hacemos Bruno y yo. ■
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MARZO 2018 •
mama
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